Doc. Reflexión

Artículo de J.A Guerrero
REESTRUCTURACIÓN CON EL ESPÌRITU
“Un manantial de aguas cuya vena nunca engaña” (Is. 58, 11)
 “Encuentras hombres que protestan por los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad juzgas que esos tiempos pasados son buenos porque no son los tuyos (…). Tenemos más motivos para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él” (S. Agustín)

1.         UN ESCENARIO: EL BREAKDOWN  DE LA FE CRISTIANA Y DE LA VIDA RELIGIOSA (VR) EN EUROPA.


En un suplemento de un periódico dedicado a temas ecológicos apareció un reportaje sobre los signos de  estrés que manifiestan loso osos polares, a causa de la progresiva reducción de los hielos árticos, que llamó mi atención. Allí se explicaba cómo en los años 1960 las poblaciones de dichos osos se redujeron debido a la caza indiscriminada de dichos animales. Se decidió entonces restringir la caza y la población empezó a recuperarse. Ahora la amenaza que pende sobre los osos polares es bien distinta y más calamitosa: hoy se enfrentan a la rápida pérdida de su hábitat helado, del que dependen para la caza, para criar su progenie y para tener su madriguera. Sólo en el verano de 2008 el deshielo del  Ártico fue equivalente al tamaño de los estados de Alaska, Texas y Washington juntos (el equivalente a cinco veces el tamaño de España), una merma que se esperaba solo para 2040. Esta pérdida de los hielos ha conducido a un declive sin precedentes de las dos poblaciones más estudiadas, las de las bahías de Hudson y de Beaufort. La primera ha desminuido un 22% de 1987. Ambas muestran signos de estrés que llevan a la disminución de sus miembros. Cda año hay un menor número de crías.
El reportaje podría haberse referido a los cristianos o a los religiosos en un mundo en el que se pierde el humus que hace posible la fe, la vida cristiana y la vida religiosa. La apariencia de la situación de la situación de la fe, de la Iglesia y de la VR en Europa es la de los osos polares, estrés y declive, por la rápida pérdida del hábitat, del contexto en que era posible la vida cristiana.
Hay situaciones en la vida de los pueblos que podemos calificar de breakdown (desplome, desmoronamiento). Un breakdown que amenaza su misma existencia. Se trata de rupturas o fracasos profundos. Muchos se quedan en el breakdown y dejan de existir. La cultura occidental supone hoy un breakdown para los Yanomami de Brasil o los Masai en África, que los amenaza y puede eliminarlos de la tierra. A otras muchas tribus les ha sucedido como a los osos polares, que la mano del hombre ha modificado sus condiciones de vida, condenándolos a la extinción o reduciéndoles a simples reservas, que es como no vivir, con vertidos en animales en cautiverio. Algo parecido le está ocurriendo a la vida cristiana en general, y a la VR. en particular. El mundo en el que hemos vivido y en el que ha florecido la VR se ha desmoronado y ya no nos sostiene. En el sínodo sobre Europa, los obispos llegaron a hablar de la apostasía de Europa. Decían que el rostro de Cristo se desdibuja y difumina entre nosotros. Maquiavelo recomendaba en ocasiones no atacar al enemigo para que no se una y se haga fuerte en la defensa –las persecuciones han fortalecido a la Iglesia y a las comunidades cristianas-, sino vencerlos con “las artes de la paz”: la comodidad, la opulencia y el debilitamiento de las costumbres. Hemos de reconocer que la comodidad y la opulencia aparentemente neutras de nuestras sociedades corroen nuestra forma de vida.


El acontecimiento –Jesucristo es el hecho que, de manera indiscutible, ha marcado a los hombres y al mundo de los dos últimos milenios de la historia de la humanidad en Occidente. Para estos hombres y mujeres ha sido posible la experiencia de un encuentro personal con Jesús resucitado, experiencia que ha estado llena de consecuencias para la vida y el mundo de aquellos que se encontraron con Él. Sin embargo, como para los osos polares, los hielos que nos daban seguridad también están desapareciendo, Amar a Dios, amar al hermano, escuchar la palabra personal que Dios nos dirige, meditar la vida de Cristo, contemplarlo, encontrarlo en la vida cotidiana, entregarse a los demás… son dones que en las actuales condiciones encuentran dificultades y posibilidades nuevas, y hemos de aprender a lidiar con ellas… Algunas de ellas pueden ser las siguientes:
ü  También a la VR le han cambiado el piso, el hábitat, dentro de la Iglesia. No debemos olvidar que congregacional-mente, estamos en situación distinta de la anterior al Vaticano II. La VR antes y después del Vaticano II es, setún el Código de Derecho Canónico,exenta: depende directamente del Papa Pero en la realidad la Iglesia postconciliar es más “episcopaliana” que la preconciliar. Sin una buena relación con los obispos y con la Iglesia diocesana, la VR no puede realizar su misión.
ü  Las nuevas formas de trabajo son mucho menos penosas físicamente, pero requieren poner menos en juego la creatividad humana y hacen del estrés algo habitual en la vida moderna. Además, la vida comunitaria y eclesial, por su parte, también se ve amenazada por los ritmos de trabajo exigidos por las nuevas condiciones laborales y por la organización más individualista de la vida: no hay tiempo para estar juntos. Hoy la prisa y el estrés invaden incluso la paz de los monasterios. La vida espiritual y la vida comunitaria se resienten.
ü  La sociedad de consumo y la civilización del ocio nos han hecho la vida más fácil, han puesto a nuestra disposición los productos que necesitamos para la vida, pero también producen una sobre-estimulación del deseo y una hiper-excitación de loso apetitos –muy distintos de los de las sociedades más tradicionales- que tienden a dispersar y arrebatar la paz interior; por otra parte, la cultura del “usar y tirar” nos lleva a vivir un cierto desconcierto nuestra pobreza y frugalidad.
ü  En una sociedad que congrega a los seres humanos como masa, es difícil que florezcan las personas, las relaciones personales, y que se forme un pueblo, una comunidad, una Iglesia.
ü  El progreso económico nos ha abierto muchas posibilidades, nos ha hecho más agradable la vida y nos ha aportado bienestar, pero la lógica económica se ha introducido en espacios vitales que no le son propios, ha educado nuestro razona-miento y nuestros hábitos cotidianos con el cálculo coste-beneficio, con ha restado sensibilidad espiritual, tiende a ocultarnos la parte de la vida que no puede someterse a cálculo y ha generado su propio infierno, con muchos seres humanos excluidos. Por otra parte, una vida espiritual honda no encuentra lugar en un mundo cuyo sentido se cierra en el ciclo producción-consumo, en que hemos dejado de mirar el cielo, donde lo que importa es el trabajo y el bienestar, sea económico o emocional.
ü  Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, tan llenos de posibilidades, también se han convertido en mecanismos de saturación y de colonización del yo que hacen menos accesible nuestra interioridad y nuestros mismos deseos, llenan nuestro ambiente de voces muchas que hablan en nosotros, haciendo difícil reconocer cuáles son las palabras, las ideas, las pautas de comportamiento propias y las inducidas desde fuera, así como la Palabra que desciende de arriba y apela a nuestra libertad.
ü  El avance en las comunicaciones nos permite ser casi ubicuos: es un logro poder estar en muchos lugares casi simultáneamente; sin embargo, quizá se pierda calidad de presencia, de encuentros y de vínculos.
ü  El que haya seguros obligatorios para casi todo y un sistema estatal de protección social nos hace vivir menos a la intemperie, más protegidos y seguros, pero desplaza nuestro sistema de confianzas, reduciendo posibilidades de amistad y de confianzas fuertes.
ü  La entrada en escena de lo inconsciente y de las fuerzas socio-históricas ha aumentado nuestra lucidez, pero también ha servido para restar responsabilidad a lo que uno hace, y por ello el sujeto se ha hecho más frágil, no tan autodirigido desde su núcleo personal libre.
ü  El desarrollo de la psicología nos ha dado un mayor conocimiento de nuestros mecanismos internos y ha ayudado a aliviar el sufrimiento de muchas perso-nas; pero también la cultura psicológica se ha hecho casi normativa; para hablar de abnegación y de entrega de uno mismo, hay que pedir permiso a la “autoestima” y la “autorrealización”.
ü  La generosidad y la entrega propias de la VR se marchitan en una tierra en que la seguridad, el afán de acaparar, pretender tenerlo todo perfectamente blindado y previsto configuran los hábitos del corazón.
ü  El amor, el amor para todo y para siempre, parece no tener dónde arraigar en un mundo en que la economía, la organización eficaz, el mero intercam-bio y el cálculo desempeñan un papel tan importante y parecen configurar el relato de sentido envolvente… La organización de la familia moderna no es ajena a estos procesos.
ü  Los momentos fuertes de la liturgia cristiana ya no son momentos de fiesta, sino de vacaciones. Cada vez es menor el número de los que asisten a las celebraciones.
ü  Así, las palabras, los gestos, las insti-tuciones, los compromisos, los símbolos, las liturgias, las actividades que hemos realizado siempre y que os han dado sentido pierden plausibilidad, se quedan como vacías, carentes de sentido, y acabamos abandonándolas, junto con la vida que en ellas encontrábamos, y poco a poco nos vamos muriendo. El cristiano blando de clase media que pretende vivir para el trabajo, el bienestar económico y la respetabilidad social, concediendo un lugar a Dios en ese universo, no se reproduce.
Es posible que el futuro de los osos polares sea desaparecer. No faltan hoy entre nosotros, desde dentro y desde fuera de la VR, quienes auguran a ésta el mismo futuro: ven un futuro sin VR. Unos, porque creen que la VR. Ya ha cumplido su ciclo en la historia de la Iglesia; otros, porque parecen encontrar gusto en subrayar sus inconsecuencias e imperfeccio-nes para apuntar su decadencia. En realidad, son miradas poco teologales. Es fácil sucumbir a la tentación del pesimismo, fundamentalmente por los números y por el cambio de contexto. Mirando con un ana sensatez iluminada por la historia de la salvación, hemos de reconocer que estamos en manos de Dios y que nos han sido dadas capacidades y recursos para no temer un futuro semejante al de los osos polares. Nuestro futuro pertenece a Dios. Y tenemos experiencia de que Dios actúa.
Es cierto que estamos amenazados y que no parecemos darnos cuenta de lo que nos ocurre. También es verdad que el nuevo mundo nos ofrece nuevas posibilidades que hemos de descubrir y aprovechar. Por una parte, captamos que tenemos dificultades para vivir como hemos vivido, para hacer lo que hacíamos y para reproducirnos. Parecemos ignorar las causas, porque, si solo nos vemos subjetivamente, no caemos en la cuenta de los cambios que se han producido en nuestro contexto. Un contexto que tenemos que mirar también, porque, si no le “cogemos las vueltas” al mundo en el que estamos viviendo, a las costumbres, a las instituciones y a nuestras leyes, estamos amenazados. Pero somos humanos y creativos: se nos han dado unas capacidades para adaptarnos y para poder crear condiciones nuevas.


2.         “ALGO HAY QUE HACER”


El sentido común nos dice que en nuestra situación “algo hay que hacer”.  No somos como las empresas; pero si por un momento nos viésemos como una de ellas, constataríamos que la mayoría de nuestro personal rebasa la edad de jubilación, que nuestra clientela tradicional es decreciente, y que está surgiendo una clientela potencial con la que nos cuesta conectar, debido al “problema generacional de personal” que padecemos. Cualquier empresa en nuestra situación, si quiere seguir teniendo futuro, no puede menos que revisar sus métodos, reestructurarse y adaptarse a la nueva situación.
Si siguiéramos dirigidos por la inercia, con el piloto automático, una persona joven que entrara hoy en la vida religiosa estaría condenada a vivir toda su vida como en casa de sus abuelos: con estilos comunitarios, estilos pastorales, proyectos y métodos que sirvieron a sus padres o a sus abuelos. Con conversaciones, ilusiones y preocupaciones de abuelo… Nada halagüeño…
“Algo hay que hacer”; pero no podemos hacerlo de cualquier modo. No  somos una empresa, ni nos sobran los mayores, pues siguen teniendo capacidad de amar y testimoniar a Aquel que nos llamó y nos invitó a seguirlo; y con frecuencia, de manera mucho más probada y afinada que los jóvenes. En los años que he estado dedicado a la pastoral vocacional, he conocido la atracción que ejercen muchos religiosos mayores en el terreno de las vocaciones, pues tienen la capacidad de mostrar la verdad, desnuda de nuestra vida (que ya han sido ceñidos y llevados adonde no querían…y ahora viven solo para Dios). Pero también es verdad que, en algunos casos, la situación de fragilidad,  dejadez espiritual o dejarse llevar por la inercia de la costumbre deteriora la misión, la calidad de vida evangélica y la vida comunitaria. El sentido común, la realidad que nos rodea, nos dice que algo hay que hacer, pero no cualquier cosa.
Es verdad que la VR tiene que mirar nuestro mundo para “cogerle las vueltas” con más sagacidad de cómo el mundo parece haberle “cogido las vueltas” a la VR. Somos humanos y creativos, se nos han dado unas capacidades para adaptarnos y poder crear condiciones nuevas. En mucho de lo que hacíamos y hacemos nos ha sustituido el Estado o competimos con él. Hoy “nos ha cogido las vueltas” y, en algún sentido, nos ha convertido en subcontratas a su servicio que sacamos adelante sus tareas a precio más barato. No tenemos por qué pensarnos en contra del Estado, pero lo específico de nuestra VE. No es sustituible por dicho Estado.
Y es claro que también tenemos que mirarnos a nosotros y ver nuestras posibilidades para actuar. A veces, cuando nos miramos, vemos problemas, pirámide de edades, falta de movilidad y de vitalidad para responder, cansancio para responder  a lo que tenemos por delante, impotencia… Y nos desanimamos. Si sólo nos miramos y miramos al mundo, nos falta algo. Estamos en los DAFO (debilidades, amenazas, fortalezas, oportunidades). Necesitamos una mirada teologal.
*      Una pista de cómo enfrentar


Reconocer que el problema no es mío, sino del dueño de la viña al que yo sirvo. Que él vea qué hay que hacer, y yo estoy para ayudar. San Ignacio propone en sus Ejercicios Espirituales (nn. 101 ss) una contemplación de la Encarnación que merece la pena recordar, porque nos puede suministrar una clave para acercarnos a este “algo hay que hacer”. Propone tres preámbulos:
a) La historia que sugiere contemplar es ver:
+ Como las tres personas divinas miraban toda la faz de la tierra llena de hombres. Y viendo con dolor cómo rechazan la Vida, ve cómo se cierran al amor (”desciende al infierno”).
+ Se determina en su eternidad que la segunda persona se haga hombre para salvar al género humano.
+ Y así, llegada la plenitud de los tiempos, envía al ángel Gabriel a nuestra Señora.
b) Luego nos propone una composición de lugar:
+ Ver la gran capacidad y redondez del mundo, en el que están tan diversas gentes.
+ Ver después la casa y aposentos de nuestra Señora en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea.
Aquí podemos notar que el mundo y los aposentos son un lugar; Dios no. Nosotros no le damos lugar a Dios. Él nos lo da a nosotros.
c) Un deseo que se hace oración, la petición:
 “conocer internamente al Señor, que por mí se hace hombre, para más amarle y seguirle”.
Conocerle desde dentro y conocer su interior, ese conocimiento que se hace comunión honda, configuración profunda con Él, que nos va transfundiendo sus acciones, sus actitudes, su sensibilidad, y que en definitiva nos va convirtiendo en Él y nos va haciendo otros Cristos.
            Tenemos un deseo en el corazón y un icono que contemplar. Podemos imaginar el icono como un tríptico con tres tablas: el mundo la Trinidad –siempre misteriosa y difícil de imaginar- y los aposentos de Nazaret. En ese tríptico se representa la necesidad de salvación y la salvación del mundo.
La contemplación ignaciana sigue con tres puntos sencillos. Ver las personas, oír lo que hablan, mirar lo que hacen.
1.         El primer punto, ver las personas, es recorrer las personas del tríptico.
a)      ver las personas, unas y otras, en tanta diversidad así en trajes como en gestos: unos blancos y otros negros,; unos en paz y otros en guerra; unos llorando y otros riendo; unos sanos y otros enfermos; unos naciendo y otros muriendo; etc.
b)      ver las personas divinas en su trono (vuelve a dirigirnos al mundo, pero un mundo mirado misericordiosa y compasivamente por Dios), ver cómo miran la haz o redondez de la tierra, y las gentes tan ciegas que no ven el amor de Dios, cómo mueren y se pierden la vida verdadera que Dios da, la vida de comunión con Él.
c)      Ver a nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflectir para sacar provecho de tal vista.
Reflectir, que es un verbo antiguo, tiene una connotación activa (reflexionar) y una connotación pasiva (dejar que esas imágenes que contemplo se reflejen en mí y me vayan transformando pasivamente). Lo que está detrás es el convencimiento de que la contemplación de los misterios de la vida de Cristo nos va transformando y configurando con Él.
2.         El segundo punto, oír lo que hablan; también recorre el tríptico:
a)      Las personas sobre la haz de la tierra: juran, blasfeman, preocupadas por el dinero, por lo que van a hacer, por lo que van a comprar…
b)      La Trinidad: “ Hagamos redención del género humano” (quizá en paralelo a aquel “hagamos al hombre a nuestra imagen”),
c)      Lo que hablan el ángel y nuestra Señora y “reflectir para sacar algún provecho de sus palabras”.
3.         El tercer punto, mirar lo que hacen, también invita a recorrer el tríptico:
a)      Las personas sobre la haz de la tierra hiriendo, matando, yendo al infierno, etc. (todas esas actividades y otras que muestran la necesidad de salvación).
b)      Las personas divinas obrando la santísima encarnación.
c)      Nuestra Señora y el ángel, este en su oficio de legado, y ella “humillándose y haciendo gracias a su divina majestad”, y reflectir para sacar algún provecho de cada cosa.
Lo que nos revela el icono: Dios actúa misteriosamente, y eso no se puede dar por supuesto. Lo que hacemos y decimos no sólo es lo que hacemos y decimos. Dios hace y actúa en lo que hacemos y decimos. En el “humillarse y hacer gracias” de María está sucediendo algo cuyo sentido se le escapa: Dios está obrando la santísima encarnación, Dios está redimiendo. Considerar que la salvación del mundo pasó por lo que hacía y decía una mujer sencilla en un aposento perdido en un lugar del mundo irrelevante, en un momento desapercibido de nuestra historia, sin ningún brillo, nos abre los ojos para comprender el sentido y la profundidad de nuestra vida cotidiana y captar cómo en ella irrumpe también lo extraordinario.
Aunque sea difícil imaginar la Trinidad en su trono, porque no la situamos en el espacio y en el tiempo, es necesario considerar las tres tablas. Es muy importante para reconocer que es Dios quien actúa. El problema principal de la vida espiritual y misionera surge cuando la tabla del medio –la que representa a la Trinidad- se difumina, se elimina o, más sutilmente, se da por supuesta hasta hacerse superflua.
La alternativa a esta mirada teologal es una mirada con apariencia religiosa, pero prometeica. Pensemos por un momento que se elimina del tríptico la tabla del medio: se trataría de ver un mundo necesitado de salvación, en el que muchas personas tienen amenazada su vida física, su humanidad, su dignidad, su vida espiritual y el sentido de sus vidas…; contemplar el mundo y ver el sufrimiento, el sin sentido, el dolor, la explotación, el pecado… y también el desarrollo, el bienestar, la riqueza, la alegría, los matrimonios, los nacimientos…; y ver los aposentos y preguntarse desde ellos qué hay que hacer…
Ya no sería un icono cristiano. Tendríamos solo el mundo y los aposentos de Nazaret. De ese modo, María, en lugar de recibir una palabra que acoge y por la que se deja dinamizar y poner en movimiento ante las necesidades del mundo, se preguntaría qué hacer, se echaría el mundo y sus necesidades a las espaldas y se decidiría a solucionar los problemas según lo que le pareciera mejor.
Algo así es lo que tendemos a hacer en la medida en que asumimos la ideología secular dominante, que impide percibir la diferencia entre los dos iconos: el de tres tablas y el de dos. Al preguntarnos qué hacer, al comienzo se da a Dios por supuesto, es decir, se supone que se sabe lo que Él quiere (con lo que no se deja que irrumpa su novedad); se mira el mundo y sus necesidades; se ven los recursos con que se cuenta y se ponen manos a la obra. Así, en realidad, poco a poco se pierde el contacto con la fuente. Hemos ocupado su lugar. Nos hemos puesto en lugar de Dios. Por lo tanto, en las planificaciones apostólicas no podemos olvidar que Dios actúa y que somos sus colaboradores.
En lo que hagamos tiene que haber un momento muy importante de escucha. Esta es una tarea espiritual. Soportar la oscuridad y el silencio hasta que se haga la luz y venga la Palabra, que hemos de acoger con fe diciendo “si”.
Para ello necesitamos una triple confianza:
ü  Confianza en Dios que actúa.
ü  Confianza en el don que hemos recibido de Él, en nuestro carisma releído hoy; confiar en que, viviendo en nuestros aposentos ante Dios y respondiéndole, Él nos irá poniendo en movimiento e irá actuando.
ü  Confianza en los dones que recibimos y en los y las jóvenes que se suman a nosotros.
El momento que estamos viviendo no se soluciona con “ciencia extraordinaria”, necesitamos acoger una palabra que viene de fuera. Hay que soportar la oscuridad y el silencio para que se haga la luz y venga la Palabra. Hay que escuchar una Palabra que viene de fuera y ponerla en práctica. Hay que detenerse, descalzarse, pasar con humildad por no entender, por una cierta oscuridad; reconocer que no tenemos soluciones; que sin acoger la Palabra que viene de fuera, no hacemos más que reproducirnos a nosotros mismos y hacer nuestras “cosillas”, sin llegar nunca a las de Dios.
En nuestro contexto solemos unir provincias, pero no debemos dejarnos llevar simplemente de la moda. No vale navegar con el piloto automático. Menos aún dejar que se nos cuelen argumentos impropios. A veces, en las justificaciones de unión de provincias se esconde el deseo polizón de asegurar la supervivencia de algunas obras, de algunos estilos, de grandezas del pasado…, y todo ello son criaturas que han de ser objeto de discernimiento. Cuanto más desapegados estemos de las criaturas y más unidos al Creado, tanto más flexibles seremos para hacer lo que conviene. La estadística puede procurarnos realismos, pero no podemos pedirle lo que o puede dar. No puede ser el oráculo que hay que escuchar: somos tantos; dentro de diez años seremos tantos; y en cincuenta años, “nosécuantos” (siempre decreciendo). Unir y reestructurar provincias asumiendo un escenario de muerte y de disminución no es mucho avance. Es una profecía que se autocumple. No podemos aceptar un escenario de disminución y de muerte. Aceptemos lo que Dios quiera, pero dejemos a Dios ser Dios, con la confianza en que Él actúa.
3. LA UNIÓN, LA REESTRUCTURACIÓN Y LA VIDA


Más importante que la unión, que nos hace ser unidades más grandes, es la reestruccturación, que nos adapta organizativamente a la nueva situación; y más importante que ésta, el siempre necesario proceso de cuidado de la vitalidad espiritual y apostólica para que la Vida de la que somos portadores se extienda.
Es importante encontrar el momento para unirse. Puede ser demasiado tarde. Tener buenas razones. La inevitabilidad de la situación, el ser pocos, no es una razón suficiente para unirnos. No podemos vivir de negaciones. Saber solo lo que no queremos no basta para construir algo positivo. Ya dice la Biblia que “el conocimiento del mal no es sabiduría” (Eclo 19, 22). Nos unimos para un bien mayor. Un bien que no podemos conseguir separadamente. O reconocemos en la situación que tenemos una situación de gracia, o no tenemos futuro.
La unión nos hace ser una unidad mayor. Cuesta antes, durante y después, pero también da sus frutos y anima. He visto que monasterios y provincias muestran resistencias numantinas, y a veces llegan demasiado tarde a hacer realidad dicha unión. Llega un momento que es necesario unirse a otros para poder seguir teniendo futuro, para poder seguir teniendo “masa crítica”. Por paralelismo con el concepto físico de masa crítica, en sentido figurado hablamos de “masa crítica” de un fenómeno para referirnos al número de individuos involucrados, a partir del cual dicho fenómeno adquiere una dinámica propia que le permite sostenerse y crecer por sí mismo. Creo que la unión que vivió mi provincia (la de Toledo de la Compañía de Jesús) con la de Castilla en 2004 trajo optimismo, fuerza, ilusión… y nos dio masa crítica.
La unión da la sensación de que se pueden hacer más cosas, de que hay más fuerzas vivas…, pero también de que hay más cargas que atender, penurias que sobrellevar e inercias difíciles de vencer. Decimos que cuesta encontrar superiores. Pero nos costará igual en provincias unidas si no hemos reducido y reestructurado antes las comunidades. Decimos que para asegurar la misión de nuestra congregación necesitamos unirnos. Pero serán más obras las que habrá que llevar, pues estas también se suman al unirnos; de modo que, o dejamos obras, o cambiamos el modo de llevarlas.
Se hace necesaria la reestructuración, distinta de la unión, que implica reducción, pero también cambio de acentos y prioridades e innovación. Innovación con algunos proyectos nuevos que respondan a las nuevas situaciones, innovación en modos de gestión y formas de presencia en que, por ejemplo, los laicos tengan un nuevo papel, se potencien unas presencias y se abandonen otras. La reestructuración normalmente llega tarde, el sentido común dice que es más fácil hacerla en unidades pequeñas; pero, como solemos llegar tarde, a veces ya no tenemos masa crítica para la reestructuración y hemos de hacerla después de la unión. Sería mejor que la unión fuera de dos cuerpos ágiles y dispuestos a asumir empresas mayores, en lugar de cuerpos cansados, con pocas fuerzas y sin estructura suficiente para mantenerse, que han de ser reestructurados, una vez juntos, para ser viables.
Tener un ingeniero en el proceso de reestructuración es un tesoro. Una de esas mentes claras, agudas y organizadas, que hacen operativas con simplicidad cosas complicadas, es una magnífica ayuda. Pero no podemos quedarnos en planes estratégicos y planificaciones ingenieriles, ni dar al ingeniero la última palabra. La reestructuración no puede ser meramente organizativa, ni planteada como una mera cuestión de cantidad; es cuestión de calidad. No nos interesa simplemente ser más, sino ser mejores, estar más en sintonía con el Espíritu; y sólo en un segundo momento, estar mejor organizados. Hace falta una reestructuración con espíritu, que brote del Único que tiene en sus manos nuestra vida y nuestra muerte, nuestro presente y nuestro futuro. Si queremos una reestructuración con espíritu, conducida poro el amor que desciende de arriba, no podemos pensarla meramente desde las obras y trabajos, sin cuidar de la forma de vida. Es la vitalidad de nuestra forma de vida, según nuestro carisma, la que informa y llena de vida las obras y los trabajos.
No es que seamos pocos y viejos, o que seamos muchos y jóvenes, o que los jóvenes estén más o menos concentrados. Habrá cosas que ayuden más, y otras que ayuden menos; pero solo después de lo que importa de verdad: que seamos de Dios y para Dios. Que comprendamos que nuestro futuro está en sus manos y confiemos en él. Esa es la fuente de la vitalidad, no los años ni el número.
“No queda a salvo el rey por su gran ejército ni el bravo inmune por su enorme fuerza, vana cosas el caballo para la victoria…” (Sal. 33).
Tener vitalidad es dejarnos conducir real y efectivamente por el Señor y poner en sus manos nuestra pobreza.
La fuente de la vitalidad espiritual y apostólica no es otra que la experiencia de Dios, del Dios que se ha hecho carne: el encuentro cotidiano con Él, su presencia y compañía cotidiana, caminando con los pies en la tierra y en el contexto que nos toca vivir. El lugar de revelación y de escucha es el presente; el tiempo de encuentro con Dios es el presente; y el lugar es el aquí que nos toca vivir. No será pues, huyendo del aquí y el ahora como podremos escucharlo:
“ahora te hago saber cosas nuevas, secretas, no sabidas, que han sido creadas ahora, no hace tiempo, para que no puedas decir: “ya lo sabía” (Is. 48, 6-7).
El secreto de la eterna juventud de la vida cristiana es reemprender continuamente el camino de la Fuente, escuchar esas palabras nuevas, vivir el hoy de Dios, dejarle que siga creando, que esa es la novedad. Sin suspirar por las condiciones ideales, pues nuestro Señor no gozó de condiciones ideales, sino de las que le tocó vivir en su tiempo; unas condiciones que vivió prendido del Padre y a las que se sometió… Es este mundo el que Dios salva y en el que Dios actúa, en el que nosotros podemos colaborar con Él.
Cuando vivimos de la Fuente, nos llenamos de vida, una vida que trae novedad, que es creativa, y que incrementa la calidad de la existencia evangélica: servimos mejor, vivimos con humildad y con confianza en el Señor, fortalecemos nuestros vínculos con otros… Desde aquí hemos de reestructurar, para que la reestructuración tenga espíritu y sea conducida por el amor que desciende de arriba; así se dejarán unas cosas y se empezarán otras, y lo asumiremos juntos y convencidos. Y entonces, unidos en unidades mayores, podremos prestar un mejor y mayor servicio.
4.         DEL BREAKDOWN AL BREAKTHROUGH


Ha habido casos de formas de vida amenazadas y al borde de la extinción, que han superado la amenaza y han salido fortalecidas gracias a un  breakthrough, una especie de ruptura creativa que se abre paso con fuerza y en positivo. Un breakthrough no consiste en empezar desde cero. El breakthrough no priva de sentido al pasado, sino que lo recupera de una manera nueva y original; y encontrando sentido desde él en el presente y relanzando al pueblo hacia el futuro, emprendemos nuevos caminos en fidelidad creativa a aquello por lo que empezamos los viejos.
Una imagen que podría servirnos de guía en la situación actual de la VR es el exilio del pueblo judío, que vio cómo cambiaba su contexto por completo. Nosotros también nos encontramos como en un pueblo extranjero, en Babilonia. Rodeados de costumbres paganas, de personas que no comparten nuestra fe.
El exilio es una situación de breakdown, en la que el pueblo lo ha perdido todo y ha llegado a un callejón sin salida que le lleva a morir; ha perdido las tres referencias esenciales de su mundo, las tres señales centrales de Dios: la ciudad santa, Jerusalén; el templo, lugar de la presencia de Yahve; y el rey. ¿Cómo es posible sobrevivir? En la experiencia del exilio judío se produjo un breakthrough; el pueblo reformuló su fe creativamente, ganando en profundidad y universalidad, y salió fortalecido.
Aprendiendo de algunas experiencias paradigmáticas, podemos señalar algunas notas en el paso del breakdown al breakthrough.
a)         La necesidad de “tocar fondo”.
Tocar fondo es una experiencia que abre al deseo de salvación, después de haber intentado fundarse en uno mismo y haber experimentado el fracaso.
En esta experiencia se quiebra la autoconfianza, la hybris, y hay una apertura a la salvación que viene de Otro. Es tocar la propia indigencia, pobreza y fragilidad. El hecho de “tocar fondo” abre la posibilidad de vivir de la fe, de vivir de Dios. Entonces se regenera nuestra relación con Dios, se fortalece la comunidad ante la dificultad. De esta experiencia puede surgir un camino en la crisis.
La expresión “tocar fondo” se emplea mucho en Alcohólicos Anónimos. Mientras no “tocan fondo”, no tienen cura. Experiencia de humanidad radical. Cuando nos falta humildad para reconocer nuestra pobreza, necesitamos experimentar aún más nuestra fragilidad para darnos cuenta de que necesitamos unirnos, ayudarnos, dar pasos juntos.
b)        La reducción inspirada
Para salir de un breakdown es necesaria una reducción inspirada. No podemos estar en mil frentes ni atender a mil variables. La reducción es un proceso conducido por el Espíritu, es el destilado de la experiencia de Dios en un momento de crisis profunda.
No todas las reducciones son igualmente buenas 8nosotros vivimos de una: “ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”). Normalmente, las buenas reducciones son debidas a santos, a hombres y mujeres de Dios que han experimentado a dicho Dios en el corazón de la crisis de su tiempo y se han dejado conducir por Él de manera fecunda para su época. Hay mejores y peores reducciones: las voluntaristas hacen saltar en pedazos la Iglesia o las congregaciones, las inspiradas por el Espíritu, las regeneran y fortalecen.
Una formulación clara, escueta y viva de quiénes somos, qué hacemos y para qué existimos es esencial (“Vive lo que hayas comprendido del Evangelio”, decía el H. Roger de Taizé). Necesitamos expresar quiénes somos y adónde vamos de manera sencilla, de un modo que nos una y dinamice.
c)         Fortalecer los vínculos. Assabiyá
Decía el P. Kolvenbach que dos enfermedades mortales de la VR son el individualismo y el secularismo, ya que debilitan los fuertes vínculos que la configuran. Ibn Jaldún, un perspicaz observador medieval, estudió e investigó las tribus nómadas del desierto del norte de África en el siglo XIV, y descubrió que el assabiyá –una mezcla de la vitalidad, la solidaridad y el nervio de un pueblo- es lo que mantiene vivas a las sociedades, las culturas y las dinastías; es decir, la vitalidad y solidaridad entre sus miembros. Cuando los lazos solidarios se debilitan, el grupo, la comunidad o la cultura han entrado en decadencia. El assabiya se adquiere y fortalece cuando una comunidad comparte una finalidad que, para ser alcanzada, requiere el concurso de todos, quedando unidos por un destino común. Esto hace a los miembros ser solidarios y les impulsa a sacrificarse unos por otros y por lo que es común a todos. La vida sedentaria y opulenta va debilitando el assabiyá  hasta la extinción de la comunidad. La opulencia siempre debilita. Las comunidades fuertes florecen en la frugalidad y luchando juntas contra los obstáculos, afrontando la adversidad.
La pregunta de una comunidad o de una provincia es: “¿Qué estamos haciendo juntos que no somos capaces de hacer solos?”. Hemos decidido vivir juntos para hacer algo que no podemos hacer solos. Para nuestra revitalización necesitamos estar conectados a nuestros fines y buscarlos juntos, ser capaces de sacrificarnos por ellos y por los compañeros. Aquí son impagables los compañeros que saben reformular nuestra vocación y nuestra misión y vinculan en ella y a ella.
d)        Las referencias compartidas y el lenguaje común
Los procesos de breakthrough suponen además que la comunidad que se refuerza ha conseguido ir elaborando un lenguaje compartido que expresa, vehicula y hace accesibles a otros sus experiencias fundantes, su conexión con su propio pasado, que ha recuperado el orgullo de recordar y traer al presente de manera renovada y con sentido. Hay que ofrecer un contexto al cambio.
No se trata de idolatrar al fundador desde una postura defensiva, sino de hacer memoria de los momentos fundacionales trayéndolos de nuevo al presente, vivir del mismo espíritu, recrear el carisma empleando un lenguaje actual para hablar del pasado y del presente e ideando además algunas imágenes compartidas y animantes de un futuro hacia el que caminar juntos.
d)     La toma de decisiones
Las buenas decisiones vienen precedidas por un tiempo de silencio y escucha para acoger con fe una palabra que viene de fuera. No queremos reproducirnos a nosotros mismos ni nuestras ideas. Ni caer en el prometeísmo que hemos de reconocer que, aunque intentamos escuchar y acertar con la voluntad de Dios, somos nosotros, seres falibles, quienes escuchamos.
Hemos recibido un don que ha de dar su fruto, y debemos buscarle cauces. Según la autocomprensión y el futuro hacia el que se camina, hay que obrar en consecuencia y tomar decisiones. Abrir unos campos y cerrar otros. Se requiere para ello mucha humildad y dar los pasos posibles para concretar grandes ideales. Podemos aspirar a que lo que hagamos sea lo mejor que podemos hacer. No es buena salida una pseudo-mística de la obediencia que hace a algunos decir de modo pasivo: “mándanos”. Los superiores no deben abdicar de su responsabilidad, pero tan importante como tomar las decisiones es el domo de implicarse todos en ellas. Ojalá sean asumidas y compartidas. Decisiones duras y de disminución, asumidas por todos, pueden fortalecer a la congregación



5. AFRONTAR ALGUNAS DIFICULTADES EN EL PROCESO


            Hay ciertas dificultades concretas con las que topamos en la experiencia de la reestructuración. Unas tienen que ver con el momento que vivimos; otras, con la condición humana de todos los tiempos. Lo que presento como dificultades también podría ser presentado como bendiciones. En realidad, se trata de piedras de toque que pueden sacar lo mejor de nosotros…y también lo peor. Y, gracias a Dios, hay muchas personas que viven evangélicamente estas situaciones que señalo a continuación.
a) La eterna juventud y la aceptación de la muerte y la disminución.
            Tenemos unas congregaciones que son el resultado de 50 años de pocas vocaciones (1960-2010) y de muchas en los 20 años anteriores (1940-1959) lo que significa que hay entre  nosotros muchas personas con más  de cincuenta años de V.R. y bastantes menos en las franjas de edad más jóvenes. Con esta demografía, una mayoría de destinos y decisiones han de ser de disminución- Al mismo tiempo, las pocas y necesarias decisiones de creación no van a tener a la mayoría de nosotros como protagonistas. En este momento de la VR, el bien mayor puede tener mucho que ver con aprender a retirarse y dejar paso a otros; con cambiar de actividad apoyando a quienes llevan el peso de obras y trabajos; con aprender a disminuir para que quienes vienen detrás crezcan; con aceptar con humildad que las cosas ahora se hagas de distinto modo a como se han hecho siempre. De nosotros depende la tarea de fortalecer el cuerpo. La mayoría de los religiosos y religiosas de nuestras congregaciones no han tenido a nadie detrás que les retire, porque los que venían detrás eran muy pocos, y quizás hayamos perdido la costumbre. Tal vez ya no se dan cuenta de que ya nos jóvenes y de que ya no pueden estar en la cresta de la ola. Pero la vida sigue…y va a seguir. Viene gente detrás. Son pocos, pero buenos, y necesitan el apoyo y la comprensión de las generaciones anteriores.
b)  Los “descolgados”
            La integración es cosa de todos, afecta a todos, y a ella hemos de aportar todo cuanto somos y tenemos –desde los novicios, que han de aportarlo todo como novicios haciendo bien su noviciado, hasta los que rezan en las enfermerías por la Iglesia y la propia congregación, que han de aportarlo todo en su oración ofreciendo su fragilidad. No podemos permitirnos que un gran número de personas, por el hecho de ser mayores, se sientan “descolgadas” y piensen que esto “no es para ellas”. Lo cual no significa que tengan que ser la punta de lanza: probablemente, una gran mayoría de dichas  personas no cambiarán geográficamente  de provincia, aunque sí deberían cambiar de referencias. Ya no es la fuerza lo que aportan los mayores, sino la capacidad de amar y testimoniar, de manera más probada y afinada, a Aquel que nos llamó y nos invitó a seguirlo. Cuando las fuerzas decaen, aún existe la capacidad apostólica de mostrar la esencia desnuda de nuestra vida reliosa (ceñidos, llevados adonde no queríamos…podemos vivir solo de Dios y para Él).
c)  La falta de sentido de cuerpo. Individualismo.
            La despreocupación por la integración parece ser síntoma de desvinculación del cuerpo, de la enfermedad mortal del individualismo que separa a las generaciones. El cuerpo de la congregación no puede permitirse un proceso de integración donde muchos no sientan que forman parte de él. Cuando algunos dicen que la integración ya no tiene que ver con ellos, porque son mayores, parecen decir que están en la congregación para hacer “sus cosas”;  y cuando estas dejan de tener futuro o de ser realizadas por ellos, deja de interesarles la congregación. ¿Qué padre no se preocupa de que el negocio familiar tenga futuro por el bien de sus hijos, aunque el vaya perdiendo el protagonismo y no lo necesite para vivir, porque vive de su pensión? Aptitudes de este tipo han ser desenmascaradas.
Quizá los más mayores ya han hecho lo más gratificante de su misión, lo más vistoso, pero está por ver que hayan hecho lo más importante, que puede estar aún por venir. Necesitamos coser bien el cuerpo y vivir juntos la transición que nos toca vivir ahora. Aquí hay mucha “tercera manera de humildad”, con poca heroicidad, esperándonos
d) Somos como tribus que se unen y necesitamos trascender lo tribal.
            Con frecuencia, las provincias o distritos que se unen llevan muchos años siendo una unidad independiente: sus miembros se conocen entre si, tienen sus reglas implícitas de funcionamiento, una cultura compartida, unas determinadas formas de valorar, de actuar, de vincularse, de celebrar…, unos liderazgos asumidos, con su reparto de papeles y su reconocimiento de talentos y carismas…Puede dar la sensación de que los grupos que se han unido actúan como tribus, con esos modos de funcionamiento, valoración y reparto de papeles intenos y pretenden –quizá inconscientemente- seguir haciéndolo. Al unir dos tribus, no surge necesariamente una nueva. Es posible que al principio se subraye excesivamente –quizá de un modo defensivo- lo propio, “lo nuestro”, a diferencia de “lo de ellos”. Cada grupo se aferra a sus tradiciones, valoraciones y liderazgos para contradistinguirse del otro y mantener las diferencias. Este es un planteamiento de miras estrechas. Hay que beber en aguas más profundas que las tribales para propiciar una unión  fecunda, con vitalidad espiritual y apostólica. Hay que mirar más alto, a los fines, al bien que se persigue, y subordinar a ellos los intereses y hábitos “tribales” o de grupo, para hacer un grupo nuevo en torno a los fines compartidos.
Hay no pocos escollos que superar y que podrían convertirse en auténticos impedimentos para los procesos de integración y reestructuración. Los instintos tribales tienden a fijarse en cuestiones ideológicas, querellas nacionales, búsquedas soterradas de influencia, representación o poder, y hacernos olvidar que nos unen la fe, la vocación y la misión. Sirve de ayuda aceptar, respetar y valorar las diferencias, abrir diálogos  y favorecer y dar todo crédito a lo que veamos brotar de evangélico entre nosotros.

e) Superar la tentación “eficacista”
Necesitamos más evangelio que planificación empresarial o estratégica. En estos tiempos de cambio, las congregaciones se han familiarizado notablemente con métodos de planificación estratégica. Hablamos mucho de “misión”, “visión”, “valores”, DAFOs, etc. Probablemente se trata de métodos muy útiles para examinar la realidad y tomar decisiones. Pero habría que evitar que se nos cuelen estilos gerenciales que no son de matriz evangélica. Es evidente que para tomar decisiones se requiere un minucioso conocimiento de la realidad y una afinadas ponderaciones, pero sin olvidar que la sintaxis de nuestras decisiones es el evangelio, y las actitudes necesarias para acertar son las de Cristo Jesús (cf. Flp 2,1- 11).
            A menudo nuestras congregaciones cuentas con fuertes instituciones (colegios, universidades, hospitales, obras sociales, etc.) importantes y capaces de hacer un gran bien: pueden prestar un servicio concreto, ser fermento de evangelio y proporcionar una presencia social y publica a las congregaciones religiosas, evitando así que se vean reducidas a las catacumbas. Hemos de potenciar en ellas su identidad cristiana y religiosa, aquello en lo que no somos sustituibles, porque no basta con que la empresa marche bien, preste un buen servicio, goce de prestigio y sea muy buscada por la gente: en un momento de debilidad, el éxito aparente puede ser una tentación. Hemos de preguntarnos: ¿Qué estamos ofreciendo realmente?, ¿que vincula a quienes acuden a nuestras instituciones?
Nuestras congregaciones viven del evangelio y para el evangelio; no son nueden verse reducidas a meras empresas de servicios educativos, sanitarios o sociales que puede y debe prestar el Estado. Tampoco podemos sucumbir a la dictadura de los números, otra tentación en tiempos de debilidad. En algunos casos, el numero puede ser una señal de bendición, pero el éxito de la fe no se mide por el numero de personas que seamos capaces congregar –Jesús murió solo-, sino por las consecuencias prácticas de lo que realmente mueve y congrega.
f) Evitar el “cortoplacismo”
            Tenemos la capacidad de cambiar algunos aspectos del contexto negativo para la fe, al que nos hemos referido. Podemos regenerar el humus, pero ello requiere tiempo y trabajo callado. La prisa o el inmediatismo no son buenos consejeros. El eucalipto crece rápido, no tiene buena madera, consume mucho, no genera vida alrededor y deja la tierra exhausta. La encina por el contrario, consume muchos menos y tarda en crecer pero da buena madera y corcho y genera buen humus a su alrededor. En este tiempo necesitamos tener del largo plazo, parecernos más a las encinas, aunque la tentación sea asumir el estilo del eucalipto. Y eso no se logra sin mucha generosidad y grandeza de alma.
g) un mensaje para los jóvenes
            El futuro es futuro, y es pretencioso querer vivirlo y ofrecerlo ya. Prepararse para el futuro es vivir bien el presente, que es el lugar de encuentro con Dios. No sabemos cómo será la VR del futuro, pero, como todos, necesitamos funcionar y decidir con información limitada, prepararnos e incluso ayudar a que otros se preparen. Hay tres certezas que pueden ayudarnos a vivir el presente y prepararnos para recibir el futuro con fuerza, nervio y vitalidad: 1) La VR tendrá que seguir viviendo de la centralidad de Dios, de la acogida de su Palabra y de su puesta en practica en la estela del Señor Jesús.
Todo lo que sea fortalecer esa relación primordial y vivir de verdad eso que decimos que queremos vivir no nos sobrará y nos dispondrá para responder desde Dios. 2) Seguiremos necesitando contar unos con otros, vivir con otros, confiar en ellos…y trabajar todos juntos. Todo cuanto robustezca nuestros vínculos y cree fraternidad evangélica, comunidad e iglesia también nos dispondrá para responder juntos a lo que pueda venir. Y 3) Seguirá siendo necesario estar atentos al mundo y a la persona de los otros: es decir, saber que es lo importa, que es lo que pasa, quien se queda fuera, por donde van las dinámicas del mundo en que vivimos…y tratar de dar respuestas evangelicas. Para ello  es insoslayable un estudio sosegado y profundo.
            La VR necesita ser reengendrada por cada generación. Los jóvenes tienen que acoger la tradición que les precede, insertarse en ella y aportarle su novedad, el don particular recibido del Espíritu. Eso es vital para la VR. La novedad que traen los jóvenes en sus modos de orar, de leer el mundo, de actuar, de relacionarse, etc. Es insustituible para la VR. Algo de ello, bien discernido, habrá de entrar en ella para hacerla mejor y más fecunda.

6. DIEZ OBSERVACIONES CONCRETAS PARA LA  REVITALIZACION


            1. No asumir un escenario de muerte. Discursos del tipo “todavía somos tantos, y en treinta años seremos cuantos…” tienden a convertirse en profecías autocumplidas. Lo cual no significa que debamos ignorar la realidad ni nos evita tener que dejar morir algunas actividades  para que vivan otras. Nuestro futuro únicamente pertenece a Dios. “Si no creéis, no resistiréis” (Is. 7,9).
            2.Tratar de no desanimar, pero evitar también los gloriosísimos provinciales o congregacionales. Hay una tendencia a decir siempre que estamos perfectamente, que acertamos siempre…, etc. Bien está ser positivos y construir sobre lo que funciona bien: eso ayuda mas que su contrario. No podemos vivir fijándonos constantemente en lo que no funciona; pero ello no debe impedirnos reconocer con humildad nuestras carencias y todo aquello en lo necesitamos mejorar.
            3. Hay una importante tarea espiritual por realizar. Buscar las condiciones para una experiencia espiritual. Salir de los estados de alienación en que podamos estar encerrados y conectar con el fondo de la persona y de la vocación, fortalecer los vínculos de los miembros de la provincia entre si y comprometernos con la misión. Ojala el provincial tuviera ese carisma ese carisma (la cuestión del liderazgo es importante). Si no lo tiene, dar la palabra y toda la cancha posible a quienes pueden hablar de la vocación de modo que nos reconecten con ella (fuente de vitalidad) y a quienes son capaces de reformular nuestra misión de modo que nos enardezcan y animen a sacrificarnos y a entregarnos a ella con otros (fuente de vitalidad)
4. El contexto de revitalización es un lenguaje compartido. La verdadera experiencia espiritual suele crear su propio lenguaje. Necesitamos enriquecer el lenguaje común. Redecir nuestro pasado de manera nueva. Hacer las cosas nuevas por la misma razón por la que emprendimos las antiguas. Recrear continuamente el carisma. Redecir nuestra espiritualidad de un modo sencillo, asequible y dinamizador.
5. Una eclesialidad positiva suele formar parte de los grupos vivos y florecientes. Evitar críticas clericales e ideológicas de los “diferentes”. Vivir en afirmativo y abiertos a un verdadero pluralismo, reconociendo que el Espíritu se da de modos distintos para construir la Iglesia.
6. Necesidad de una estética (una reeducación de la sensibilidad) de la pobreza. Es cierto que la pobreza es el muro de la religión. La opulencia, la comodidad y el exceso de medios embotan la sensibilidad espiritual. Una frugalidad vivida con belleza y alegría forma parte de los grupos florecientes, pues muestra dónde está la verdadera riqueza.
7. No temer reducir y disminuir presencias, pero juntar fuerzas vivas que actúen concertadamente. No reducir el problema a una cuestión de “jóvenes y mayores”. Hay mayores jóvenes y hay jóvenes mayores. La vitalidad bien del Espíritu, pero se hace efectiva humanamente. Cuidar los equipos. Crear o apoyar las comunidades  sencillas y frugales.
8. La supervivencia de las obras y el fortalecimiento de la forma de vida. Una tentación de las planificaciones apostólicas es tratar meramente de asegurar la supervivencia de las obras o de los apostolados. Es mejor plantear el fortalecimiento de la forma de vida, que incluye la misión, etc. No se puede asegurar el futuro de las obras apostólicas y de los apostolados a costa de la forma de vida.
9. Las instituciones y la vitalidad. Hay más necesidades que religiosos y religiosas, más agujeros que tapones. Nadie esta para tapar agujeros, y menos aun los jóvenes. Una vocación es un don de Dios que hay que ayudar a florecer. No es un mero recurso para cubrir necesidades institucionales. En las obras nos sustituyen personas que pueden hacer las cosas mejor que nosotros, pero que no son ni significan lo que somos y significamos. Vivir primordialmente para ser lo que somos y no dejar que se empañe lo que significamos. Las instituciones pueden asfixiar la vitalidad de una provincia, pero pueden también ser muy dinamizadoras. Las instituciones apostólicas están vinculadas a las practicas que las originaron. A veces se desconectan y pierden su sentido originario o dejan de cumplir la función para la que nacieron. La tarea de recuperar la conexión de las instituciones con su sentido y curar su neurosis, reajustándolas a la realidad, o bien dejarlas. Una pregunta siempre es saludable: ¿las llevamos o nos llevan? Que de ser losas pesadas con las que hay que cargar, pasen a ser baldosas en las que apoyamos y usamos como instrumentos apostólicos y evangeli-zadores.
10. Mirar con libertad interior la historia congregacional. No podemos vivir para mantener grandezas del pasado ni responder a expectativas irreales sobre nosotros mismos. Somos pobres hombres y mujeres que hacemos lo mejor que podemos para colaborar en la acción de Dios. Nos confrontamos con frecuencia a pasados gloriosos, a figuras importantes…etc. Hemos de estar atentos a que se nos cuelen tentaciones “bajo capa de bien” que, a la larga, nos paralicen o esterilicen.



7. PARA ACABAR: EL CUIDADO DEL MISMO PROVINCIAL


            Liderar estos procesos supone mucho desgaste y muchos sinsabores. Uno se tropieza con limitaciones propias y ajenas, conflictos, intereses contrapuestos, etc. Los consejos de san Bernardo al papa Eugenio III, en el Tratado de la Consideración, sobre cómo conducirse en su papado pueden ser útiles, mutatis mutandis, para quienes tienen responsabilidades de gobierno. Le decía el santo al pontífice que las muchas ocupaciones (el estrés, diríamos hoy)pueden conducir a la dureza de corazón y a la insensibilidad. Un dolor continuo no puede ser duradero: quien lo sufre, o bien recibe pronto consolación con el remedio apropiado, o bien sosiego con la misma continuidad. Es decir, al principio el dolor es difícil de soportar; luego, con el tiempo, uno se va acostumbrando, y no le resulta tan penoso; poco después le resulta llevadero; a continuación, ni lo siente; y, finalmente, puede acabar gustándole. A si es como paulatinamente se llega a la dureza de corazón, y de ahí a la aversión.
 El resultado de un dolor grave y continuo es, por tanto, la salud o la insensibilidad. Sugería san Bernardo a Eugenio III que es más prudente sustraerse de las múltiples ocupaciones que dejarse arrastrar por ellas y acabar uno donde no quiere y con el corazón endurecido. ¿Qué es un corazón endurecido? “El que no se raja con la compunción, ni se ablanda con la piedad, ni se mueve con ruegos, ingrato a los beneficios, que desconfía de los consejos, cruel en los juicios, desvergonzado para lo torpe, impávido ante los peligros, inhumano para lo humano, temerario con lo divino, olvidado de lo pretérito, descuidado con lo presente, no previsor del futuro, salvo para vengarse. En resumen, que ni a Dios teme ni al hombre respeta”.
“Mirad a donde os conducen esas malditas ocupaciones si os seguís dando a ellas por entero sin dejar nada para vos”, le advierte al Papa. No se puede cargar con la cura de otros con incuria y descuido de si mismo.

Juan Antonio GUERRERO ALVES S.J


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BIBLIOGRAFIA
BALDERRAIN, Pedro, “Reestructuración. Aprender del camino de otros”: Vida Religiosa 96/5 (2004) 47-54.
BOCOS, Aquilino, “Claves para un proceso de reorganización en los Institutos Religiosos: Vida Religiosa 96/5 (2004) 55-80.
AA.VV., “Espiritualidad y reorganización”: Vida Religiosa 106/3 (2008)
AA.VV., (Unión de Superiores Generales), Reestructurar para revitalizar. Revitalizar para reestructurar, Roma 2002.
SCHAUPP, Klemens – KUNZ, Claudia E., ¿Renovación o refundación?, Publicaciones claretianas, Madrid 2004.