Artículo de J.A Guerrero
REESTRUCTURACIÓN CON EL ESPÌRITU
“Un manantial de aguas cuya vena
nunca engaña” (Is. 58, 11)
“Encuentras
hombres que protestan por los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los
de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los
tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad juzgas que esos
tiempos pasados son buenos porque no son los tuyos (…). Tenemos más motivos
para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él” (S. Agustín)
1. UN ESCENARIO: EL BREAKDOWN DE LA FE CRISTIANA Y DE LA VIDA RELIGIOSA
(VR) EN EUROPA.
En un suplemento de un periódico
dedicado a temas ecológicos apareció un reportaje sobre los signos de estrés que manifiestan loso osos polares, a
causa de la progresiva reducción de los hielos árticos, que llamó mi atención.
Allí se explicaba cómo en los años 1960 las poblaciones de dichos osos se
redujeron debido a la caza indiscriminada de dichos animales. Se decidió
entonces restringir la caza y la población empezó a recuperarse. Ahora la
amenaza que pende sobre los osos polares es bien distinta y más calamitosa: hoy
se enfrentan a la rápida pérdida de su hábitat helado, del que dependen para la
caza, para criar su progenie y para tener su madriguera. Sólo en el verano de
2008 el deshielo del Ártico fue
equivalente al tamaño de los estados de Alaska, Texas y Washington juntos (el
equivalente a cinco veces el tamaño de España), una merma que se esperaba solo
para 2040. Esta pérdida de los hielos ha conducido a un declive sin precedentes
de las dos poblaciones más estudiadas, las de las bahías de Hudson y de
Beaufort. La primera ha desminuido un 22% de 1987. Ambas muestran signos de
estrés que llevan a la disminución de sus miembros. Cda año hay un menor número
de crías.
El reportaje podría haberse
referido a los cristianos o a los religiosos en un mundo en el que se pierde el
humus que hace posible la fe, la vida cristiana y la vida religiosa. La
apariencia de la situación de la situación de la fe, de la Iglesia y de la VR
en Europa es la de los osos polares, estrés y declive, por la rápida pérdida
del hábitat, del contexto en que era posible la vida cristiana.
Hay situaciones en la vida de los
pueblos que podemos calificar de breakdown (desplome, desmoronamiento). Un
breakdown que amenaza su misma existencia. Se trata de rupturas o fracasos
profundos. Muchos se quedan en el breakdown y dejan de existir. La cultura
occidental supone hoy un breakdown para los Yanomami de Brasil o los Masai en
África, que los amenaza y puede eliminarlos de la tierra. A otras muchas tribus
les ha sucedido como a los osos polares, que la mano del hombre ha modificado
sus condiciones de vida, condenándolos a la extinción o reduciéndoles a simples
reservas, que es como no vivir, con vertidos en animales en cautiverio. Algo
parecido le está ocurriendo a la vida cristiana en general, y a la VR. en
particular. El mundo en el que hemos vivido y en el que ha florecido la VR se
ha desmoronado y ya no nos sostiene. En el sínodo sobre Europa, los obispos
llegaron a hablar de la apostasía de Europa. Decían que el rostro de Cristo se
desdibuja y difumina entre nosotros. Maquiavelo recomendaba en ocasiones no
atacar al enemigo para que no se una y se haga fuerte en la defensa –las
persecuciones han fortalecido a la Iglesia y a las comunidades cristianas-,
sino vencerlos con “las artes de la paz”: la comodidad, la opulencia y el
debilitamiento de las costumbres. Hemos de reconocer que la comodidad y la
opulencia aparentemente neutras de nuestras sociedades corroen nuestra forma de
vida.
El acontecimiento –Jesucristo es
el hecho que, de manera indiscutible, ha marcado a los hombres y al mundo de
los dos últimos milenios de la historia de la humanidad en Occidente. Para
estos hombres y mujeres ha sido posible la experiencia de un encuentro personal
con Jesús resucitado, experiencia que ha estado llena de consecuencias para la
vida y el mundo de aquellos que se encontraron con Él. Sin embargo, como para
los osos polares, los hielos que nos daban seguridad también están desapareciendo,
Amar a Dios, amar al hermano, escuchar la palabra personal que Dios nos dirige,
meditar la vida de Cristo, contemplarlo, encontrarlo en la vida cotidiana,
entregarse a los demás… son dones que en las actuales condiciones encuentran
dificultades y posibilidades nuevas, y hemos de aprender a lidiar con ellas…
Algunas de ellas pueden ser las siguientes:
ü También a la VR le han cambiado
el piso, el hábitat, dentro de la
Iglesia. No debemos olvidar que congregacional-mente, estamos en situación
distinta de la anterior al Vaticano II. La VR antes y después del Vaticano II
es, setún el Código de Derecho Canónico,exenta: depende directamente del Papa
Pero en la realidad la Iglesia postconciliar es más “episcopaliana” que la
preconciliar. Sin una buena relación con los obispos y con la Iglesia
diocesana, la VR no puede realizar su misión.
ü Las nuevas formas de trabajo son mucho menos penosas físicamente, pero
requieren poner menos en juego la creatividad humana y hacen del estrés algo
habitual en la vida moderna. Además, la vida comunitaria y eclesial, por su
parte, también se ve amenazada por los ritmos de trabajo exigidos por las
nuevas condiciones laborales y por la organización más individualista de la
vida: no hay tiempo para estar juntos. Hoy la prisa y el estrés invaden incluso
la paz de los monasterios. La vida espiritual y la vida comunitaria se
resienten.
ü La
sociedad de consumo y la civilización del ocio nos han hecho la vida más fácil,
han puesto a nuestra disposición los productos que necesitamos para la vida,
pero también producen una sobre-estimulación del deseo y una hiper-excitación
de loso apetitos –muy distintos de los de las sociedades más tradicionales- que
tienden a dispersar y arrebatar la paz interior; por otra parte, la cultura del
“usar y tirar” nos lleva a vivir un cierto desconcierto nuestra pobreza y
frugalidad.
ü En una sociedad que congrega a
los seres humanos como masa, es
difícil que florezcan las personas, las relaciones personales, y que se forme
un pueblo, una comunidad, una Iglesia.
ü El progreso económico nos ha abierto muchas posibilidades, nos ha
hecho más agradable la vida y nos ha aportado bienestar, pero la lógica
económica se ha introducido en espacios vitales que no le son propios, ha
educado nuestro razona-miento y nuestros hábitos cotidianos con el cálculo
coste-beneficio, con ha restado sensibilidad espiritual, tiende a ocultarnos la
parte de la vida que no puede someterse a cálculo y ha generado su propio
infierno, con muchos seres humanos excluidos. Por otra parte, una vida espiritual
honda no encuentra lugar en un mundo cuyo sentido se cierra en el ciclo
producción-consumo, en que hemos dejado de mirar el cielo, donde lo que importa
es el trabajo y el bienestar, sea económico o emocional.
ü Los
medios de comunicación y las nuevas tecnologías, tan llenos de posibilidades,
también se han convertido en mecanismos de saturación y de colonización del yo
que hacen menos accesible nuestra interioridad y nuestros mismos deseos, llenan
nuestro ambiente de voces muchas que hablan en nosotros, haciendo difícil
reconocer cuáles son las palabras, las ideas, las pautas de comportamiento
propias y las inducidas desde fuera, así como la Palabra que desciende de
arriba y apela a nuestra libertad.
ü El
avance en las comunicaciones
nos permite ser casi ubicuos: es un logro poder estar en muchos lugares casi
simultáneamente; sin embargo, quizá se pierda calidad de presencia, de
encuentros y de vínculos.
ü El que haya seguros obligatorios para casi todo y un sistema estatal de
protección social nos hace vivir menos a la intemperie, más protegidos y
seguros, pero desplaza nuestro sistema de confianzas, reduciendo posibilidades
de amistad y de confianzas fuertes.
ü La entrada en escena de lo inconsciente y de las fuerzas
socio-históricas ha aumentado nuestra lucidez, pero también ha servido para
restar responsabilidad a lo que uno hace, y por ello el sujeto se ha hecho más
frágil, no tan autodirigido desde su núcleo personal libre.
ü El desarrollo de la psicología nos ha dado un mayor conocimiento de
nuestros mecanismos internos y ha ayudado a aliviar el sufrimiento de muchas perso-nas;
pero también la cultura psicológica se ha hecho casi normativa; para hablar de
abnegación y de entrega de uno mismo, hay que pedir permiso a la “autoestima” y
la “autorrealización”.
ü La generosidad y la entrega
propias de la VR se marchitan en una tierra en que la seguridad, el afán de acaparar, pretender tenerlo todo
perfectamente blindado y previsto configuran los hábitos del corazón.
ü El amor, el amor para todo y para
siempre, parece no tener dónde arraigar en un mundo en que la economía, la organización eficaz, el mero intercam-bio y el cálculo
desempeñan un papel tan importante y parecen configurar el relato de sentido
envolvente… La organización de la familia moderna no es ajena a estos procesos.
ü Los momentos fuertes de la
liturgia cristiana ya no son momentos de fiesta, sino de vacaciones. Cada vez es menor el número de los que asisten a las
celebraciones.
ü Así, las palabras, los gestos,
las insti-tuciones, los compromisos, los símbolos, las liturgias, las
actividades que hemos realizado siempre y que os han dado sentido pierden
plausibilidad, se quedan como vacías, carentes de sentido, y acabamos
abandonándolas, junto con la vida que en ellas encontrábamos, y poco a poco nos
vamos muriendo. El cristiano blando
de clase media que pretende vivir para el trabajo, el bienestar económico y la
respetabilidad social, concediendo un lugar a Dios en ese universo, no se
reproduce.
Es posible que el futuro de los
osos polares sea desaparecer. No faltan hoy entre nosotros, desde dentro y
desde fuera de la VR, quienes auguran a ésta el mismo futuro: ven un futuro sin
VR. Unos, porque creen que la VR. Ya ha cumplido su ciclo en la historia de la
Iglesia; otros, porque parecen encontrar gusto en subrayar sus inconsecuencias
e imperfeccio-nes para apuntar su decadencia. En realidad, son miradas poco
teologales. Es fácil sucumbir a la tentación del pesimismo, fundamentalmente
por los números y por el cambio de contexto. Mirando con un ana sensatez iluminada
por la historia de la salvación, hemos de reconocer que estamos en manos de
Dios y que nos han sido dadas capacidades y recursos para no temer un futuro
semejante al de los osos polares. Nuestro futuro pertenece a Dios. Y tenemos
experiencia de que Dios actúa.
Es cierto que estamos amenazados
y que no parecemos darnos cuenta de lo que nos ocurre. También es verdad que el
nuevo mundo nos ofrece nuevas posibilidades que hemos de descubrir y
aprovechar. Por una parte, captamos que tenemos dificultades para vivir como
hemos vivido, para hacer lo que hacíamos y para reproducirnos. Parecemos
ignorar las causas, porque, si solo nos vemos subjetivamente, no caemos en la
cuenta de los cambios que se han producido en nuestro contexto. Un contexto que
tenemos que mirar también, porque, si no le “cogemos las vueltas” al mundo en
el que estamos viviendo, a las costumbres, a las instituciones y a nuestras
leyes, estamos amenazados. Pero somos humanos y creativos: se nos han dado unas
capacidades para adaptarnos y para poder crear condiciones nuevas.
2. “ALGO HAY QUE HACER”
El sentido común nos dice que en
nuestra situación “algo hay que hacer”.
No somos como las empresas; pero si por un momento nos viésemos como una
de ellas, constataríamos que la mayoría de nuestro personal rebasa la edad de
jubilación, que nuestra clientela tradicional es decreciente, y que está
surgiendo una clientela potencial con la que nos cuesta conectar, debido al
“problema generacional de personal” que padecemos. Cualquier empresa en nuestra
situación, si quiere seguir teniendo futuro, no puede menos que revisar sus
métodos, reestructurarse y adaptarse a la nueva situación.
Si siguiéramos dirigidos por la
inercia, con el piloto automático, una persona joven que entrara hoy en la vida
religiosa estaría condenada a vivir toda su vida como en casa de sus abuelos:
con estilos comunitarios, estilos pastorales, proyectos y métodos que sirvieron
a sus padres o a sus abuelos. Con conversaciones, ilusiones y preocupaciones de
abuelo… Nada halagüeño…
“Algo hay que
hacer”; pero no podemos hacerlo de cualquier modo. No somos una empresa, ni nos sobran los mayores,
pues siguen teniendo capacidad de amar y testimoniar a Aquel que nos llamó y
nos invitó a seguirlo; y con frecuencia, de manera mucho más probada y afinada
que los jóvenes. En los años que he estado dedicado a la pastoral vocacional,
he conocido la atracción que ejercen muchos religiosos mayores en el terreno de
las vocaciones, pues tienen la capacidad de mostrar la verdad, desnuda de
nuestra vida (que ya han sido ceñidos y llevados adonde no querían…y ahora
viven solo para Dios). Pero también es verdad que, en algunos casos, la
situación de fragilidad, dejadez
espiritual o dejarse llevar por la inercia de la costumbre deteriora la misión,
la calidad de vida evangélica y la vida comunitaria. El sentido común, la
realidad que nos rodea, nos dice que algo hay que hacer, pero no cualquier
cosa.
Es verdad que la VR
tiene que mirar nuestro mundo para “cogerle las vueltas” con más sagacidad de
cómo el mundo parece haberle “cogido las vueltas” a la VR. Somos humanos y
creativos, se nos han dado unas capacidades para adaptarnos y poder crear
condiciones nuevas. En mucho de lo que hacíamos y hacemos nos ha sustituido el
Estado o competimos con él. Hoy “nos ha cogido las vueltas” y, en algún
sentido, nos ha convertido en subcontratas a su servicio que sacamos adelante
sus tareas a precio más barato. No tenemos por qué pensarnos en contra del
Estado, pero lo específico de nuestra VE. No es sustituible por dicho Estado.
Y es claro que
también tenemos que mirarnos a nosotros y ver nuestras posibilidades para
actuar. A veces, cuando nos miramos, vemos problemas, pirámide de edades, falta
de movilidad y de vitalidad para responder, cansancio para responder a lo que tenemos por delante, impotencia… Y
nos desanimamos. Si sólo nos miramos y miramos al mundo, nos falta algo.
Estamos en los DAFO (debilidades, amenazas, fortalezas, oportunidades).
Necesitamos una mirada teologal.
Una pista de cómo enfrentar
Reconocer
que el problema no es mío, sino del dueño de la viña al que yo sirvo. Que él
vea qué hay que hacer, y yo estoy para ayudar. San Ignacio propone en sus Ejercicios
Espirituales (nn. 101 ss) una contemplación de la Encarnación que merece la
pena recordar, porque nos puede suministrar una clave para acercarnos a este
“algo hay que hacer”. Propone tres preámbulos:
a) La historia que
sugiere contemplar es ver:
+ Como las tres
personas divinas miraban toda la faz de la tierra llena de hombres. Y viendo
con dolor cómo rechazan la Vida, ve cómo se cierran al amor (”desciende al
infierno”).
+ Se determina en
su eternidad que la segunda persona se haga hombre para salvar al género
humano.
+ Y así, llegada la
plenitud de los tiempos, envía al ángel Gabriel a nuestra Señora.
b)
Luego nos propone una composición de lugar:
+ Ver la gran
capacidad y redondez del mundo, en el que están tan diversas gentes.
+ Ver después la
casa y aposentos de nuestra Señora en la ciudad de Nazaret, en la provincia de
Galilea.
Aquí podemos notar
que el mundo y los aposentos son un lugar; Dios no. Nosotros no le damos lugar
a Dios. Él nos lo da a nosotros.
c)
Un deseo que se hace oración, la petición:
“conocer internamente al Señor, que por mí se
hace hombre, para más amarle y seguirle”.
Conocerle desde
dentro y conocer su interior, ese conocimiento que se hace comunión honda,
configuración profunda con Él, que nos va transfundiendo sus acciones, sus
actitudes, su sensibilidad, y que en definitiva nos va convirtiendo en Él y nos
va haciendo otros Cristos.
Tenemos un deseo en el corazón y un
icono que contemplar. Podemos imaginar el icono como un tríptico con tres
tablas: el mundo la Trinidad –siempre misteriosa y difícil de imaginar- y los
aposentos de Nazaret. En ese tríptico se representa la necesidad de salvación y
la salvación del mundo.
La
contemplación ignaciana sigue con tres puntos sencillos. Ver las personas, oír
lo que hablan, mirar lo que hacen.
1. El primer punto, ver las personas, es
recorrer las personas del tríptico.
a)
ver
las personas, unas y otras, en tanta diversidad así en trajes como en gestos:
unos blancos y otros negros,; unos en paz y otros en guerra; unos llorando y
otros riendo; unos sanos y otros enfermos; unos naciendo y otros muriendo; etc.
b)
ver
las personas divinas en su trono (vuelve a dirigirnos al mundo, pero un mundo
mirado misericordiosa y compasivamente por Dios), ver cómo miran la haz o
redondez de la tierra, y las gentes tan ciegas que no ven el amor de Dios, cómo
mueren y se pierden la vida verdadera que Dios da, la vida de comunión con Él.
c)
Ver
a nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflectir para sacar provecho de
tal vista.
Reflectir, que es un verbo antiguo, tiene
una connotación activa (reflexionar) y una connotación pasiva (dejar que esas
imágenes que contemplo se reflejen en mí y me vayan transformando pasivamente).
Lo que está detrás es el convencimiento de que la contemplación de los
misterios de la vida de Cristo nos va transformando y configurando con Él.
2. El segundo punto, oír lo que hablan;
también recorre el tríptico:
a)
Las
personas sobre la haz de la tierra: juran, blasfeman, preocupadas por el
dinero, por lo que van a hacer, por lo que van a comprar…
b)
La
Trinidad: “ Hagamos redención del género humano” (quizá en paralelo a aquel
“hagamos al hombre a nuestra imagen”),
c)
Lo
que hablan el ángel y nuestra Señora y “reflectir para sacar algún provecho de
sus palabras”.
3. El tercer punto, mirar lo que hacen,
también invita a recorrer el tríptico:
a)
Las
personas sobre la haz de la tierra hiriendo, matando, yendo al infierno, etc.
(todas esas actividades y otras que muestran la necesidad de salvación).
b)
Las
personas divinas obrando la santísima encarnación.
c)
Nuestra
Señora y el ángel, este en su oficio de legado, y ella “humillándose y haciendo
gracias a su divina majestad”, y reflectir para sacar algún provecho de cada
cosa.
Lo que nos revela el icono: Dios
actúa misteriosamente, y eso no se puede dar por supuesto. Lo que hacemos y
decimos no sólo es lo que hacemos y decimos. Dios hace y actúa en lo que
hacemos y decimos. En el “humillarse y hacer gracias” de María está sucediendo
algo cuyo sentido se le escapa: Dios está obrando la santísima encarnación,
Dios está redimiendo. Considerar que la salvación del mundo pasó por lo que
hacía y decía una mujer sencilla en un aposento perdido en un lugar del mundo
irrelevante, en un momento desapercibido de nuestra historia, sin ningún
brillo, nos abre los ojos para comprender el sentido y la profundidad de
nuestra vida cotidiana y captar cómo en ella irrumpe también lo extraordinario.
Aunque sea difícil
imaginar la Trinidad en su trono, porque no la situamos en el espacio y en el
tiempo, es necesario considerar las tres tablas. Es muy importante para
reconocer que es Dios quien actúa. El problema principal de la vida espiritual
y misionera surge cuando la tabla del medio –la que representa a la Trinidad-
se difumina, se elimina o, más sutilmente, se da por supuesta hasta hacerse
superflua.
La alternativa a
esta mirada teologal es una mirada con apariencia religiosa, pero prometeica.
Pensemos por un momento que se elimina del tríptico la tabla del medio: se
trataría de ver un mundo necesitado de salvación, en el que muchas personas
tienen amenazada su vida física, su humanidad, su dignidad, su vida espiritual
y el sentido de sus vidas…; contemplar el mundo y ver el sufrimiento, el sin
sentido, el dolor, la explotación, el pecado… y también el desarrollo, el
bienestar, la riqueza, la alegría, los matrimonios, los nacimientos…; y ver los
aposentos y preguntarse desde ellos qué hay que hacer…
Ya no sería un
icono cristiano. Tendríamos solo el mundo y los aposentos de Nazaret. De ese
modo, María, en lugar de recibir una palabra que acoge y por la que se deja
dinamizar y poner en movimiento ante las necesidades del mundo, se preguntaría
qué hacer, se echaría el mundo y sus necesidades a las espaldas y se decidiría
a solucionar los problemas según lo que le pareciera mejor.
Algo así es lo que
tendemos a hacer en la medida en que asumimos la ideología secular dominante,
que impide percibir la diferencia entre los dos iconos: el de tres tablas y el
de dos. Al preguntarnos qué hacer, al comienzo se da a Dios por supuesto, es
decir, se supone que se sabe lo que Él quiere (con lo que no se deja que
irrumpa su novedad); se mira el mundo y sus necesidades; se ven los recursos
con que se cuenta y se ponen manos a la obra. Así, en realidad, poco a poco se
pierde el contacto con la fuente. Hemos ocupado su lugar. Nos hemos puesto en
lugar de Dios. Por lo tanto, en las planificaciones apostólicas no podemos
olvidar que Dios actúa y que somos sus colaboradores.
En lo que hagamos
tiene que haber un momento muy importante de escucha. Esta es una tarea
espiritual. Soportar la oscuridad y el silencio hasta que se haga la luz y
venga la Palabra, que hemos de acoger con fe diciendo “si”.
Para ello
necesitamos una triple confianza:
ü Confianza en Dios que actúa.
ü Confianza en el don que hemos
recibido de Él, en nuestro carisma releído hoy; confiar en que, viviendo en
nuestros aposentos ante Dios y respondiéndole, Él nos irá poniendo en
movimiento e irá actuando.
ü Confianza en los dones que
recibimos y en los y las jóvenes que se suman a nosotros.
El momento que estamos viviendo
no se soluciona con “ciencia extraordinaria”, necesitamos acoger una palabra
que viene de fuera. Hay que soportar la oscuridad y el silencio para que se
haga la luz y venga la Palabra. Hay que escuchar una Palabra que viene de fuera
y ponerla en práctica. Hay que detenerse, descalzarse, pasar con humildad por
no entender, por una cierta oscuridad; reconocer que no tenemos soluciones; que
sin acoger la Palabra que viene de fuera, no hacemos más que reproducirnos a
nosotros mismos y hacer nuestras “cosillas”, sin llegar nunca a las de Dios.
En nuestro contexto
solemos unir provincias, pero no debemos dejarnos llevar simplemente de la
moda. No vale navegar con el piloto automático. Menos aún dejar que se nos
cuelen argumentos impropios. A veces, en las justificaciones de unión de
provincias se esconde el deseo polizón de asegurar la supervivencia de algunas
obras, de algunos estilos, de grandezas del pasado…, y todo ello son criaturas
que han de ser objeto de discernimiento. Cuanto más desapegados estemos de las
criaturas y más unidos al Creado, tanto más flexibles seremos para hacer lo que
conviene. La estadística puede procurarnos realismos, pero no podemos pedirle
lo que o puede dar. No puede ser el oráculo que hay que escuchar: somos tantos;
dentro de diez años seremos tantos; y en cincuenta años, “nosécuantos” (siempre
decreciendo). Unir y reestructurar provincias asumiendo un escenario de muerte
y de disminución no es mucho avance. Es una profecía que se autocumple. No
podemos aceptar un escenario de disminución y de muerte. Aceptemos lo que Dios
quiera, pero dejemos a Dios ser Dios, con la confianza en que Él actúa.
3.
LA UNIÓN, LA REESTRUCTURACIÓN Y LA VIDA
Más importante que
la unión, que nos hace ser unidades más grandes, es la reestruccturación, que
nos adapta organizativamente a la nueva situación; y más importante que ésta,
el siempre necesario proceso de cuidado de la vitalidad espiritual y apostólica
para que la Vida de la que somos portadores se extienda.
Es importante
encontrar el momento para unirse. Puede ser demasiado tarde. Tener buenas
razones. La inevitabilidad de la situación, el ser pocos, no es una razón
suficiente para unirnos. No podemos vivir de negaciones. Saber solo lo que no
queremos no basta para construir algo positivo. Ya dice la Biblia que “el
conocimiento del mal no es sabiduría” (Eclo 19, 22). Nos unimos para un bien
mayor. Un bien que no podemos conseguir separadamente. O reconocemos en la
situación que tenemos una situación de gracia, o no tenemos futuro.
La
unión nos hace
ser una unidad mayor. Cuesta antes, durante y después, pero también da sus
frutos y anima. He visto que monasterios y provincias muestran resistencias
numantinas, y a veces llegan demasiado tarde a hacer realidad dicha unión.
Llega un momento que es necesario unirse a otros para poder seguir teniendo
futuro, para poder seguir teniendo “masa crítica”. Por paralelismo con el
concepto físico de masa crítica, en sentido figurado hablamos de “masa crítica”
de un fenómeno para referirnos al número de individuos involucrados, a partir
del cual dicho fenómeno adquiere una dinámica propia que le permite sostenerse
y crecer por sí mismo. Creo que la unión que vivió mi provincia (la de Toledo
de la Compañía de Jesús) con la de Castilla en 2004 trajo optimismo, fuerza,
ilusión… y nos dio masa crítica.
La
unión da la
sensación de que se pueden hacer más cosas, de que hay más fuerzas vivas…, pero
también de que hay más cargas que atender, penurias que sobrellevar e inercias
difíciles de vencer. Decimos que cuesta encontrar superiores. Pero nos costará
igual en provincias unidas si no hemos reducido y reestructurado antes las
comunidades. Decimos que para asegurar la misión de nuestra congregación
necesitamos unirnos. Pero serán más obras las que habrá que llevar, pues estas
también se suman al unirnos; de modo que, o dejamos obras, o cambiamos el modo
de llevarlas.
Se hace necesaria
la reestructuración,
distinta de la unión, que implica reducción, pero también cambio de acentos y prioridades e
innovación. Innovación con algunos proyectos nuevos que respondan a las
nuevas situaciones, innovación en modos de gestión y formas de presencia en
que, por ejemplo, los laicos tengan un nuevo papel, se potencien unas
presencias y se abandonen otras. La reestructuración normalmente llega tarde,
el sentido común dice que es más fácil hacerla en unidades pequeñas; pero, como
solemos llegar tarde, a veces ya no tenemos masa crítica para la
reestructuración y hemos de hacerla después de la unión. Sería mejor que la
unión fuera de dos cuerpos ágiles y dispuestos a asumir empresas mayores, en
lugar de cuerpos cansados, con pocas fuerzas y sin estructura suficiente para
mantenerse, que han de ser reestructurados, una vez juntos, para ser viables.
Tener un ingeniero
en el proceso de reestructuración es un tesoro. Una de esas mentes claras,
agudas y organizadas, que hacen operativas con simplicidad cosas complicadas,
es una magnífica ayuda. Pero no podemos quedarnos en planes estratégicos y
planificaciones ingenieriles, ni dar al ingeniero la última palabra. La
reestructuración no puede ser meramente organizativa, ni planteada como una
mera cuestión de cantidad; es cuestión de calidad. No nos interesa simplemente
ser más, sino ser mejores, estar más en sintonía con el Espíritu; y sólo en un
segundo momento, estar mejor organizados. Hace falta una reestructuración con
espíritu, que brote del Único que tiene en sus manos nuestra vida y nuestra
muerte, nuestro presente y nuestro futuro. Si queremos una reestructuración con
espíritu, conducida poro el amor que desciende de arriba, no podemos pensarla
meramente desde las obras y trabajos, sin cuidar de la forma de vida. Es la
vitalidad de nuestra forma de vida, según nuestro carisma, la que informa y
llena de vida las obras y los trabajos.
No es que seamos
pocos y viejos, o que seamos muchos y jóvenes, o que los jóvenes estén más o
menos concentrados. Habrá cosas que ayuden más, y otras que ayuden menos; pero
solo después de lo que importa de verdad: que seamos de Dios y para Dios. Que comprendamos
que nuestro futuro está en sus manos y confiemos en él. Esa es la fuente de la
vitalidad, no los años ni el número.
“No
queda a salvo el rey por su gran ejército ni el bravo inmune por su enorme
fuerza, vana cosas el caballo para la victoria…” (Sal. 33).
Tener vitalidad es
dejarnos conducir real y efectivamente por el Señor y poner en sus manos
nuestra pobreza.
La fuente de la
vitalidad espiritual y apostólica no es otra que la experiencia de Dios, del
Dios que se ha hecho carne: el encuentro cotidiano con Él, su presencia y
compañía cotidiana, caminando con los pies en la tierra y en el contexto que
nos toca vivir. El lugar de revelación y de escucha es el presente; el tiempo
de encuentro con Dios es el presente; y el lugar es el aquí que nos toca vivir.
No será pues, huyendo del aquí y el ahora como podremos escucharlo:
“ahora
te hago saber cosas nuevas, secretas, no sabidas, que han sido creadas ahora,
no hace tiempo, para que no puedas decir: “ya lo sabía” (Is. 48, 6-7).
El secreto de la eterna
juventud de la vida cristiana es reemprender continuamente el camino de la
Fuente, escuchar esas palabras nuevas, vivir el hoy de Dios, dejarle que siga
creando, que esa es la novedad. Sin suspirar por las condiciones ideales, pues
nuestro Señor no gozó de condiciones ideales, sino de las que le tocó vivir en
su tiempo; unas condiciones que vivió prendido del Padre y a las que se
sometió… Es este mundo el que Dios salva y en el que Dios actúa, en el que
nosotros podemos colaborar con Él.
Cuando vivimos de
la Fuente, nos llenamos de vida, una vida que trae novedad, que es creativa, y
que incrementa la calidad de la existencia evangélica: servimos mejor, vivimos
con humildad y con confianza en el Señor, fortalecemos nuestros vínculos con
otros… Desde aquí hemos de reestructurar, para que la reestructuración tenga
espíritu y sea conducida por el amor que desciende de arriba; así se dejarán
unas cosas y se empezarán otras, y lo asumiremos juntos y convencidos. Y
entonces, unidos en unidades mayores, podremos prestar un mejor y mayor
servicio.
4. DEL BREAKDOWN AL BREAKTHROUGH
Ha habido casos de formas de vida
amenazadas y al borde de la extinción, que han superado la amenaza y han salido
fortalecidas gracias a un breakthrough,
una especie de ruptura creativa que se abre paso con fuerza y en positivo. Un
breakthrough no consiste en empezar desde cero. El breakthrough no priva de
sentido al pasado, sino que lo recupera de una manera nueva y original; y
encontrando sentido desde él en el presente y relanzando al pueblo hacia el
futuro, emprendemos nuevos caminos en fidelidad creativa a aquello por lo que
empezamos los viejos.
Una imagen que podría servirnos
de guía en la situación actual de la VR es el exilio del pueblo judío, que vio
cómo cambiaba su contexto por completo. Nosotros también nos encontramos como
en un pueblo extranjero, en Babilonia. Rodeados de costumbres paganas, de
personas que no comparten nuestra fe.
El exilio es una situación de
breakdown, en la que el pueblo lo ha perdido todo y ha llegado a un callejón
sin salida que le lleva a morir; ha perdido las tres referencias esenciales de
su mundo, las tres señales centrales de Dios: la ciudad santa, Jerusalén; el
templo, lugar de la presencia de Yahve; y el rey. ¿Cómo es posible sobrevivir?
En la experiencia del exilio judío se produjo un breakthrough; el pueblo
reformuló su fe creativamente, ganando en profundidad y universalidad, y salió
fortalecido.
Aprendiendo de
algunas experiencias paradigmáticas, podemos señalar algunas notas en el paso del breakdown al breakthrough.
a) La necesidad de “tocar fondo”.
Tocar fondo es una experiencia
que abre al deseo de salvación, después de haber intentado fundarse en uno
mismo y haber experimentado el fracaso.
En esta experiencia se quiebra la
autoconfianza, la hybris, y hay una apertura a la salvación que viene de Otro.
Es tocar la propia indigencia, pobreza y fragilidad. El hecho de “tocar fondo”
abre la posibilidad de vivir de la fe, de vivir de Dios. Entonces se regenera
nuestra relación con Dios, se fortalece la comunidad ante la dificultad. De
esta experiencia puede surgir un camino en la crisis.
La expresión “tocar fondo” se
emplea mucho en Alcohólicos Anónimos. Mientras no “tocan fondo”, no tienen
cura. Experiencia de humanidad radical. Cuando nos falta humildad para
reconocer nuestra pobreza, necesitamos experimentar aún más nuestra fragilidad
para darnos cuenta de que necesitamos unirnos, ayudarnos, dar pasos juntos.
b) La reducción
inspirada
Para salir de un breakdown es
necesaria una reducción inspirada. No podemos estar en mil frentes ni atender a
mil variables. La reducción es un proceso conducido por el Espíritu, es el
destilado de la experiencia de Dios en un momento de crisis profunda.
No todas las reducciones son
igualmente buenas 8nosotros vivimos de una: “ama a Dios sobre todas las cosas,
y al prójimo como a ti mismo”). Normalmente, las buenas reducciones son debidas
a santos, a hombres y mujeres de Dios que han experimentado a dicho Dios en el
corazón de la crisis de su tiempo y se han dejado conducir por Él de manera
fecunda para su época. Hay mejores y peores reducciones: las voluntaristas
hacen saltar en pedazos la Iglesia o las congregaciones, las inspiradas por el
Espíritu, las regeneran y fortalecen.
Una formulación clara, escueta y
viva de quiénes somos, qué hacemos y para qué existimos es esencial (“Vive lo
que hayas comprendido del Evangelio”, decía el H. Roger de Taizé). Necesitamos
expresar quiénes somos y adónde vamos de manera sencilla, de un modo que nos
una y dinamice.
c) Fortalecer los
vínculos. Assabiyá
Decía el P.
Kolvenbach que dos enfermedades mortales de la VR son el individualismo y el
secularismo, ya que debilitan los fuertes vínculos que la configuran. Ibn
Jaldún, un perspicaz observador medieval, estudió e investigó las tribus
nómadas del desierto del norte de África en el siglo XIV, y descubrió que el
assabiyá –una mezcla de la vitalidad, la solidaridad y el nervio de un pueblo-
es lo que mantiene vivas a las sociedades, las culturas y las dinastías; es
decir, la vitalidad y solidaridad entre sus miembros. Cuando los lazos
solidarios se debilitan, el grupo, la comunidad o la cultura han entrado en
decadencia. El assabiya se adquiere y fortalece cuando una comunidad comparte
una finalidad que, para ser alcanzada, requiere el concurso de todos, quedando
unidos por un destino común. Esto hace a los miembros ser solidarios y les
impulsa a sacrificarse unos por otros y por lo que es común a todos. La vida
sedentaria y opulenta va debilitando el assabiyá hasta la extinción de la comunidad. La
opulencia siempre debilita. Las comunidades fuertes florecen en la frugalidad y
luchando juntas contra los obstáculos, afrontando la adversidad.
La pregunta de una
comunidad o de una provincia es: “¿Qué estamos haciendo juntos que no somos
capaces de hacer solos?”. Hemos decidido vivir juntos para hacer algo que no
podemos hacer solos. Para nuestra revitalización necesitamos estar conectados a
nuestros fines y buscarlos juntos, ser capaces de sacrificarnos por ellos y por
los compañeros. Aquí son impagables los compañeros que saben reformular nuestra
vocación y nuestra misión y vinculan en ella y a ella.
d) Las referencias
compartidas y el lenguaje común
Los procesos de breakthrough
suponen además que la comunidad que se refuerza ha conseguido ir elaborando un
lenguaje compartido que expresa, vehicula y hace accesibles a otros sus
experiencias fundantes, su conexión con su propio pasado, que ha recuperado el
orgullo de recordar y traer al presente de manera renovada y con sentido. Hay
que ofrecer un contexto al cambio.
No se trata de idolatrar al
fundador desde una postura defensiva, sino de hacer memoria de los momentos
fundacionales trayéndolos de nuevo al presente, vivir del mismo espíritu,
recrear el carisma empleando un lenguaje actual para hablar del pasado y del
presente e ideando además algunas imágenes compartidas y animantes de un futuro
hacia el que caminar juntos.
d) La toma de decisiones
Las buenas decisiones vienen
precedidas por un tiempo de silencio y escucha para acoger con fe una palabra
que viene de fuera. No queremos reproducirnos a nosotros mismos ni nuestras
ideas. Ni caer en el prometeísmo que hemos de reconocer que, aunque intentamos
escuchar y acertar con la voluntad de Dios, somos nosotros, seres falibles,
quienes escuchamos.
Hemos recibido un don que ha de
dar su fruto, y debemos buscarle cauces. Según la autocomprensión y el futuro
hacia el que se camina, hay que obrar en consecuencia y tomar decisiones. Abrir
unos campos y cerrar otros. Se requiere para ello mucha humildad y dar los
pasos posibles para concretar grandes ideales. Podemos aspirar a que lo que
hagamos sea lo mejor que podemos hacer. No es buena salida una pseudo-mística
de la obediencia que hace a algunos decir de modo pasivo: “mándanos”. Los
superiores no deben abdicar de su responsabilidad, pero tan importante como
tomar las decisiones es el domo de implicarse todos en ellas. Ojalá sean
asumidas y compartidas. Decisiones duras y de disminución, asumidas por todos,
pueden fortalecer a la congregación
5. AFRONTAR ALGUNAS
DIFICULTADES EN EL PROCESO
Hay
ciertas dificultades concretas con las que topamos en la experiencia de la
reestructuración. Unas tienen que ver con el momento que vivimos; otras, con la
condición humana de todos los tiempos. Lo que presento como dificultades
también podría ser presentado como bendiciones. En realidad, se trata de
piedras de toque que pueden sacar lo mejor de nosotros…y también lo peor. Y,
gracias a Dios, hay muchas personas que viven evangélicamente estas situaciones
que señalo a continuación.
a) La eterna juventud y la
aceptación de la muerte y la disminución.
Tenemos
unas congregaciones que son el resultado de 50 años de pocas vocaciones
(1960-2010) y de muchas en los 20 años anteriores (1940-1959) lo que significa
que hay entre nosotros muchas personas
con más de cincuenta años de V.R. y
bastantes menos en las franjas de edad más jóvenes. Con esta demografía, una
mayoría de destinos y decisiones han de ser de disminución- Al mismo tiempo,
las pocas y necesarias decisiones de creación no van a tener a la mayoría de
nosotros como protagonistas. En este momento de la VR, el bien mayor puede
tener mucho que ver con aprender a retirarse y dejar paso a otros; con cambiar
de actividad apoyando a quienes llevan el peso de obras y trabajos; con
aprender a disminuir para que quienes vienen detrás crezcan; con aceptar con
humildad que las cosas ahora se hagas de distinto modo a como se han hecho
siempre. De nosotros depende la tarea de fortalecer el cuerpo. La mayoría de
los religiosos y religiosas de nuestras congregaciones no han tenido a nadie
detrás que les retire, porque los que venían detrás eran muy pocos, y quizás
hayamos perdido la costumbre. Tal vez ya no se dan cuenta de que ya nos jóvenes
y de que ya no pueden estar en la cresta de la ola. Pero la vida sigue…y va a
seguir. Viene gente detrás. Son pocos, pero buenos, y necesitan el apoyo y la
comprensión de las generaciones anteriores.
b)
Los “descolgados”
La
integración es cosa de todos, afecta a todos, y a ella hemos de aportar todo
cuanto somos y tenemos –desde los novicios, que han de aportarlo todo como
novicios haciendo bien su noviciado, hasta los que rezan en las enfermerías por
la Iglesia y la propia congregación, que han de aportarlo todo en su oración
ofreciendo su fragilidad. No podemos permitirnos que un gran número de
personas, por el hecho de ser mayores, se sientan “descolgadas” y piensen que
esto “no es para ellas”. Lo cual no significa que tengan que ser la punta de
lanza: probablemente, una gran mayoría de dichas personas no cambiarán geográficamente de provincia, aunque sí deberían cambiar de
referencias. Ya no es la fuerza lo que aportan los mayores, sino la capacidad
de amar y testimoniar, de manera más probada y afinada, a Aquel que nos llamó y
nos invitó a seguirlo. Cuando las fuerzas decaen, aún existe la capacidad
apostólica de mostrar la esencia desnuda de nuestra vida reliosa (ceñidos,
llevados adonde no queríamos…podemos vivir solo de Dios y para Él).
c)
La falta de sentido de cuerpo. Individualismo.
La
despreocupación por la integración parece ser síntoma de desvinculación del
cuerpo, de la enfermedad mortal del individualismo que separa a las
generaciones. El cuerpo de la congregación no puede permitirse un proceso de
integración donde muchos no sientan que forman parte de él. Cuando algunos
dicen que la integración ya no tiene que ver con ellos, porque son mayores,
parecen decir que están en la congregación para hacer “sus cosas”; y cuando estas dejan de tener futuro o de ser
realizadas por ellos, deja de interesarles la congregación. ¿Qué padre no se
preocupa de que el negocio familiar tenga futuro por el bien de sus hijos,
aunque el vaya perdiendo el protagonismo y no lo necesite para vivir, porque
vive de su pensión? Aptitudes de este tipo han ser desenmascaradas.
Quizá los más mayores ya han
hecho lo más gratificante de su misión, lo más vistoso, pero está por ver que
hayan hecho lo más importante, que puede estar aún por venir. Necesitamos coser
bien el cuerpo y vivir juntos la transición que nos toca vivir ahora. Aquí hay
mucha “tercera manera de humildad”, con poca heroicidad, esperándonos
d) Somos como tribus que se unen y
necesitamos trascender lo tribal.
Con
frecuencia, las provincias o distritos que se unen llevan muchos años siendo
una unidad independiente: sus miembros se conocen entre si, tienen sus reglas
implícitas de funcionamiento, una cultura compartida, unas determinadas formas
de valorar, de actuar, de vincularse, de celebrar…, unos liderazgos asumidos,
con su reparto de papeles y su reconocimiento de talentos y carismas…Puede dar
la sensación de que los grupos que se han unido actúan como tribus, con esos
modos de funcionamiento, valoración y reparto de papeles intenos y pretenden
–quizá inconscientemente- seguir haciéndolo. Al unir dos tribus, no surge
necesariamente una nueva. Es posible que al principio se subraye excesivamente
–quizá de un modo defensivo- lo propio, “lo nuestro”, a diferencia de “lo de
ellos”. Cada grupo se aferra a sus tradiciones, valoraciones y liderazgos para
contradistinguirse del otro y mantener las diferencias. Este es un
planteamiento de miras estrechas. Hay que beber en aguas más profundas que las
tribales para propiciar una unión
fecunda, con vitalidad espiritual y apostólica. Hay que mirar más alto,
a los fines, al bien que se persigue, y subordinar a ellos los intereses y
hábitos “tribales” o de grupo, para hacer un grupo nuevo en torno a los fines
compartidos.
Hay no pocos escollos que superar
y que podrían convertirse en auténticos impedimentos para los procesos de
integración y reestructuración. Los instintos tribales tienden a fijarse en
cuestiones ideológicas, querellas nacionales, búsquedas soterradas de
influencia, representación o poder, y hacernos olvidar que nos unen la fe, la
vocación y la misión. Sirve de ayuda aceptar, respetar y valorar las
diferencias, abrir diálogos y favorecer
y dar todo crédito a lo que veamos brotar de evangélico entre nosotros.
e) Superar la tentación
“eficacista”
Necesitamos más evangelio que
planificación empresarial o estratégica. En estos tiempos de cambio, las
congregaciones se han familiarizado notablemente con métodos de planificación
estratégica. Hablamos mucho de “misión”, “visión”, “valores”, DAFOs, etc.
Probablemente se trata de métodos muy útiles para examinar la realidad y tomar
decisiones. Pero habría que evitar que se nos cuelen estilos gerenciales que no
son de matriz evangélica. Es evidente que para tomar decisiones se requiere un
minucioso conocimiento de la realidad y una afinadas ponderaciones, pero sin
olvidar que la sintaxis de nuestras decisiones es el evangelio, y las actitudes
necesarias para acertar son las de Cristo Jesús (cf. Flp 2,1- 11).
A
menudo nuestras congregaciones cuentas con fuertes instituciones (colegios,
universidades, hospitales, obras sociales, etc.) importantes y capaces de hacer
un gran bien: pueden prestar un servicio concreto, ser fermento de evangelio y
proporcionar una presencia social y publica a las congregaciones religiosas,
evitando así que se vean reducidas a las catacumbas. Hemos de potenciar en
ellas su identidad cristiana y religiosa, aquello en lo que no somos
sustituibles, porque no basta con que la empresa marche bien, preste un buen
servicio, goce de prestigio y sea muy buscada por la gente: en un momento de
debilidad, el éxito aparente puede ser una tentación. Hemos de preguntarnos:
¿Qué estamos ofreciendo realmente?, ¿que vincula a quienes acuden a nuestras
instituciones?
Nuestras congregaciones viven del
evangelio y para el evangelio; no son nueden verse reducidas a meras empresas
de servicios educativos, sanitarios o sociales que puede y debe prestar el
Estado. Tampoco podemos sucumbir a la dictadura de los números, otra tentación
en tiempos de debilidad. En algunos casos, el numero puede ser una señal de
bendición, pero el éxito de la fe no se mide por el numero de personas que
seamos capaces congregar –Jesús murió solo-, sino por las consecuencias
prácticas de lo que realmente mueve y congrega.
f) Evitar el “cortoplacismo”
Tenemos
la capacidad de cambiar algunos aspectos del contexto negativo para la fe, al
que nos hemos referido. Podemos regenerar el humus, pero ello requiere tiempo y
trabajo callado. La prisa o el inmediatismo no son buenos consejeros. El
eucalipto crece rápido, no tiene buena madera, consume mucho, no genera vida
alrededor y deja la tierra exhausta. La encina por el contrario, consume muchos
menos y tarda en crecer pero da buena madera y corcho y genera buen humus a su
alrededor. En este tiempo necesitamos tener del largo plazo, parecernos más a
las encinas, aunque la tentación sea asumir el estilo del eucalipto. Y eso no
se logra sin mucha generosidad y grandeza de alma.
g) un mensaje para los jóvenes
El futuro es futuro, y es
pretencioso querer vivirlo y ofrecerlo ya. Prepararse para el futuro es vivir
bien el presente, que es el lugar de encuentro con Dios. No sabemos cómo será
la VR del futuro, pero, como todos, necesitamos funcionar y decidir con
información limitada, prepararnos e incluso ayudar a que otros se preparen. Hay
tres certezas que pueden ayudarnos a vivir el presente y prepararnos para
recibir el futuro con fuerza, nervio y vitalidad: 1) La VR tendrá que seguir
viviendo de la centralidad de Dios, de la acogida de su Palabra y de su puesta
en practica en la estela del Señor Jesús.
Todo lo que sea
fortalecer esa relación primordial y vivir de verdad eso que decimos que
queremos vivir no nos sobrará y nos dispondrá para responder desde Dios. 2)
Seguiremos necesitando contar unos con otros, vivir con otros, confiar en
ellos…y trabajar todos juntos. Todo cuanto robustezca nuestros vínculos y cree
fraternidad evangélica, comunidad e iglesia también nos dispondrá para
responder juntos a lo que pueda venir. Y 3) Seguirá siendo necesario estar
atentos al mundo y a la persona de los otros: es decir, saber que es lo
importa, que es lo que pasa, quien se queda fuera, por donde van las dinámicas
del mundo en que vivimos…y tratar de dar respuestas evangelicas. Para ello es insoslayable un estudio sosegado y
profundo.
La VR necesita ser reengendrada por
cada generación. Los jóvenes tienen que acoger la tradición que les precede,
insertarse en ella y aportarle su novedad, el don particular recibido del
Espíritu. Eso es vital para la VR. La novedad que traen los jóvenes en sus modos
de orar, de leer el mundo, de actuar, de relacionarse, etc. Es insustituible
para la VR. Algo de ello, bien discernido, habrá de entrar en ella para hacerla
mejor y más fecunda.
6. DIEZ OBSERVACIONES CONCRETAS
PARA LA REVITALIZACION
1. No asumir
un escenario de muerte. Discursos del tipo “todavía somos tantos, y en
treinta años seremos cuantos…” tienden a convertirse en profecías
autocumplidas. Lo cual no significa que debamos ignorar la realidad ni nos
evita tener que dejar morir algunas actividades
para que vivan otras. Nuestro futuro únicamente pertenece a Dios. “Si no
creéis, no resistiréis” (Is. 7,9).
2.Tratar de no desanimar, pero evitar también los
gloriosísimos provinciales o congregacionales. Hay una tendencia a decir
siempre que estamos perfectamente, que acertamos siempre…, etc. Bien está ser
positivos y construir sobre lo que funciona bien: eso ayuda mas que su
contrario. No podemos vivir fijándonos constantemente en lo que no funciona;
pero ello no debe impedirnos reconocer con humildad nuestras carencias y todo
aquello en lo necesitamos mejorar.
3. Hay una
importante tarea espiritual por realizar. Buscar las condiciones para una
experiencia espiritual. Salir de los estados de alienación en que podamos estar
encerrados y conectar con el fondo de la persona y de la vocación, fortalecer
los vínculos de los miembros de la provincia entre si y comprometernos con la
misión. Ojala el provincial tuviera ese carisma ese carisma (la cuestión del
liderazgo es importante). Si no lo tiene, dar la palabra y toda la cancha
posible a quienes pueden hablar de la vocación de modo que nos reconecten con
ella (fuente de vitalidad) y a quienes son capaces de reformular nuestra misión
de modo que nos enardezcan y animen a sacrificarnos y a entregarnos a ella con
otros (fuente de vitalidad)
4. El contexto de revitalización es
un lenguaje compartido.
La verdadera experiencia espiritual suele crear su propio lenguaje. Necesitamos
enriquecer el lenguaje común. Redecir nuestro pasado de manera nueva. Hacer las
cosas nuevas por la misma razón por la que emprendimos las antiguas. Recrear
continuamente el carisma. Redecir nuestra espiritualidad de un modo sencillo,
asequible y dinamizador.
5. Una eclesialidad positiva suele formar parte de los grupos
vivos y florecientes. Evitar críticas clericales e ideológicas de los
“diferentes”. Vivir en afirmativo y abiertos a un verdadero pluralismo,
reconociendo que el Espíritu se da de modos distintos para construir la
Iglesia.
6. Necesidad de una estética (una
reeducación de la sensibilidad) de la pobreza. Es cierto que la pobreza es el muro de la
religión. La opulencia, la comodidad y el exceso de medios embotan la
sensibilidad espiritual. Una frugalidad vivida con belleza y alegría forma
parte de los grupos florecientes, pues muestra dónde está la verdadera riqueza.
7. No temer reducir y disminuir
presencias, pero juntar fuerzas vivas que actúen concertadamente. No reducir el
problema a una cuestión de “jóvenes y mayores”. Hay mayores jóvenes y hay
jóvenes mayores. La vitalidad bien del Espíritu, pero se hace efectiva
humanamente. Cuidar los equipos. Crear o apoyar las comunidades sencillas y frugales.
8. La supervivencia de las obras y
el fortalecimiento de la forma de vida.
Una tentación de las planificaciones apostólicas es tratar meramente de
asegurar la supervivencia de las obras o de los apostolados. Es mejor plantear
el fortalecimiento de la forma de vida, que incluye la misión, etc. No se puede
asegurar el futuro de las obras apostólicas y de los apostolados a costa de la
forma de vida.
9. Las instituciones y la vitalidad. Hay más necesidades que
religiosos y religiosas, más agujeros que tapones. Nadie esta para tapar
agujeros, y menos aun los jóvenes. Una vocación es un don de Dios que hay que
ayudar a florecer. No es un mero recurso para cubrir necesidades
institucionales. En las obras nos sustituyen personas que pueden hacer las
cosas mejor que nosotros, pero que no son ni significan lo que somos y
significamos. Vivir primordialmente para ser lo que somos y no dejar que se
empañe lo que significamos. Las instituciones pueden asfixiar la vitalidad de
una provincia, pero pueden también ser muy dinamizadoras. Las instituciones
apostólicas están vinculadas a las practicas que las originaron. A veces se
desconectan y pierden su sentido originario o dejan de cumplir la función para
la que nacieron. La tarea de recuperar la conexión de las instituciones con su
sentido y curar su neurosis, reajustándolas a la realidad, o bien dejarlas. Una
pregunta siempre es saludable: ¿las llevamos o nos llevan? Que de ser losas
pesadas con las que hay que cargar, pasen a ser baldosas en las que apoyamos y
usamos como instrumentos apostólicos y evangeli-zadores.
10. Mirar con libertad interior la
historia congregacional.
No podemos vivir para mantener grandezas del pasado ni responder a expectativas
irreales sobre nosotros mismos. Somos pobres hombres y mujeres que hacemos lo
mejor que podemos para colaborar en la acción de Dios. Nos confrontamos con
frecuencia a pasados gloriosos, a figuras importantes…etc. Hemos de estar
atentos a que se nos cuelen tentaciones “bajo capa de bien” que, a la larga,
nos paralicen o esterilicen.
7.
PARA ACABAR: EL CUIDADO DEL MISMO PROVINCIAL
Liderar
estos procesos supone mucho desgaste y muchos sinsabores. Uno se tropieza con
limitaciones propias y ajenas, conflictos, intereses contrapuestos, etc. Los
consejos de san Bernardo al papa Eugenio III, en el Tratado de la
Consideración, sobre cómo conducirse en su papado pueden ser útiles, mutatis
mutandis, para quienes tienen responsabilidades de gobierno. Le decía el santo
al pontífice que las muchas ocupaciones (el estrés, diríamos hoy)pueden
conducir a la dureza de corazón y a la insensibilidad. Un dolor continuo no
puede ser duradero: quien lo sufre, o bien recibe pronto consolación con el
remedio apropiado, o bien sosiego con la misma continuidad. Es decir, al
principio el dolor es difícil de soportar; luego, con el tiempo, uno se va
acostumbrando, y no le resulta tan penoso; poco después le resulta llevadero; a
continuación, ni lo siente; y, finalmente, puede acabar gustándole. A si es
como paulatinamente se llega a la dureza de corazón, y de ahí a la aversión.
El resultado de un dolor grave y continuo es,
por tanto, la salud o la insensibilidad. Sugería san Bernardo a Eugenio III que
es más prudente sustraerse de las múltiples ocupaciones que dejarse arrastrar
por ellas y acabar uno donde no quiere y con el corazón endurecido. ¿Qué es un
corazón endurecido? “El que no se raja con la compunción, ni se ablanda con la
piedad, ni se mueve con ruegos, ingrato a los beneficios, que desconfía de los
consejos, cruel en los juicios, desvergonzado para lo torpe, impávido ante los
peligros, inhumano para lo humano, temerario con lo divino, olvidado de lo
pretérito, descuidado con lo presente, no previsor del futuro, salvo para
vengarse. En resumen, que ni a Dios teme ni al hombre respeta”.
“Mirad a donde os conducen esas
malditas ocupaciones si os seguís dando a ellas por entero sin dejar nada para
vos”, le advierte al Papa. No se puede cargar con la cura de otros con incuria
y descuido de si mismo.
Juan Antonio GUERRERO ALVES S.J
.
BIBLIOGRAFIA
BALDERRAIN, Pedro, “Reestructuración.
Aprender del camino de otros”: Vida
Religiosa 96/5 (2004) 47-54.
BOCOS, Aquilino, “Claves para un proceso de
reorganización en los Institutos Religiosos: Vida Religiosa 96/5 (2004) 55-80.
AA.VV.,
“Espiritualidad y reorganización”: Vida
Religiosa 106/3 (2008)
AA.VV., (Unión
de Superiores Generales), Reestructurar
para revitalizar. Revitalizar para reestructurar, Roma 2002.
SCHAUPP, Klemens
– KUNZ, Claudia E., ¿Renovación o
refundación?, Publicaciones claretianas, Madrid 2004.